No hay futuro más cercano que el presente, y vivimos tiempos en los que hasta Mafalda moriría de cirrosis. Cada vez que Lastra, Echenique, Rufián, Garzón o Aizpurua abren la boca, Mafalda se atiza un chupito de vino peleón para sobrellevarlo y suelta una frase lapidaria que ya pocos entenderán por destilar perspicacia y acidez. Bienes exóticos en estos días de majaderías continuas que se van superando en arrogancia y provocación, haciendo así imposible que asimilemos la maldad de cada pica puesta en el Flandes de la hijoputez. No damos abasto. Lo que hoy es un insulto irreparable mañana es un zumbido lejano, acallado por el novedoso aguijón matutino. A ver con qué ignominia me desayuno hoy. Hemos demostrado tener aguante para eso y para más, pues la estupidez reinante subyace en dos trampas mentales: una memoria nula y una capacidad de asombro que ya no da más de sí, lo que nos convierte en terreno abonado para el uso y el abuso. Unos lo aplauden, otros incluso lo votan. La mayoría callan. Y es que enfrentarse a la falsa e imperante superioridad moral de la izquierda implica dos perennes respuestas: Eres un facha. Eres un machista. Nunca falla.

En algún momento el social comunismo se apropió del pensamiento libre y gozó de la impagable colaboración del silencio cómplice. Para cuando quisimos darnos cuenta ya era tarde, y descubrimos que la propaganda proselitista había enraizado en lo más profundo de lo políticamente correcto. Uno incluso se pregunta cuándo el socialismo constitucional, beligerante desde y por las instituciones, se dejó sodomizar por un Pedro Sánchez tan arribista que no precisó ni de un bocadito en la oreja. Un simple "Nena, hasta donde te alcanza la vista un día será tuyo" resultó suficiente. Nombrar Fiscal General a una exministra emparejada con un delincuente, pactar con Bildu los Presupuestos Generales del Estado, o amenazar con pedir el voto a Esquerra para la renovación del CGPJ sólo puede ser obra de un mitómano que tiene la proa del liderazgo apuntando a su narcisismo. Y al gran público parece darle todo igual cuando, ojiplático, averiguo que la noticia más leída de la semana pasada en algunos diarios es la detención en Murcia de un degenerado que fue cazado infraganti zumbándose un poni. El equinus interruptus acaparó toda nuestra atención, con la que está cayendo, aunque siempre nos quedará la duda de si el empotrador fue más romántico que Sánchez y esta vez sí mediaron prolegómenos al apareamiento.

Lo de Pablo Iglesias y sus secuaces era obvio, locura predecible. Nadie puede sorprenderse de que esta recua de mezquinos englobados en Unidas Podemos, Bildu y Esquerra Republicana se dedique con fruición a devastar la democracia. Va en su ADN y lo proclaman a los cuatro vientos. Se jactan de ello. Lo de Sánchez, en cambio, es agua mansa de la que no nos ha librado ni Dios. Como quien tiene un animal violento y rabioso. Lo alimenta, lo cuida, lo mima, y un día cualquiera despedaza a alguien. La culpa es del dueño, nunca de la mascota que obedece a su enajenada naturaleza. El dueño lo permitió, lo avivó, y nunca quiso remediar una desgracia anunciada.

Por eso resultan reconfortantes las comparecencias en el Congreso como la protagonizada por la diputada popular, Ana Belén Vázquez, quien en dos minutos dijo a la cara de unos pocos lo que muchos quisieran gritarle. No sé si el PP necesitó bucear muy profundo en su listado para encontrar a la única interlocutora cuyo alegato no se le volviera cual bumerán del y tú más, pero lo cierto y verdad es que la tal Vázquez estuvo acertada y demoledora. Fuera complejos. Esa diputada les dio tan entre fuerte y flojo que solo obtuvo miedosas sonrisas como única respuesta de la cobarde bancada del gobierno. Ya está bien de tibios, timoratos, simplones y aguachirles. Estoy harto de la misma cantinela coreada por seudojueces de la moral que venderían a su propia madre por otro ratito de mamandurria. Hace falta educación, fundamentos, verdades, claridad y una moderada determinación. Dejarse ya de sinónimos, perífrasis, sofisterías y demás adornos argumentales. Parad de amagar o de dividirse mutuamente las ocurrencias. Al pan, pan, y al vino, vino; pues desconozco cuántos muertos son necesarios para dejar de reírse las gracias sin maldita la gracia; pero convendrán conmigo en que hace demasiado tiempo que superamos con creces el cupo.

Vivimos tiempos en que Mafalda se suicidaría con un tazón de sopa al descubrir que la inteligencia y el honor fueron deportados a un lúgubre callejón con vistas al desastre porque la sinrazón y la mediocridad okuparon su hogar. Vivimos en un país en el que cierran empresas, las oportunidades escasean, los derechos se pisotean, el suspenso es una recompensa, la ruina nos invade y los fallecidos no se contabilizan; pero la gente aplaude, calla o disimula. Todo por dejarse llevar, por el qué dirán. Y eso, créanme, ya no me hace ni puta gracia.

"Estábamos bien, y poco a poco dejamos de pensar." Julio Cortázar