Cuando Santiago Abascal, coincidiendo con el declive de la pandemia 1.0, anunció su intención de presentar una moción de censura al Gobierno de coalición, ya estaba descontado que no podía prosperar y se quedaría en un gesto testimonial.

Al líder de la oposición y proximidades les faltó tiempo para desacreditar la iniciativa, "innecesaria e inoportuna", al anticipar que, en modo alguno, la secundarían.

La coalición de izquierdas se frotó las manos con el pronóstico del fracaso, seguro, de la intentona. Entre el jolgorio de los incrédulos, el presidente del Gobierno hizo chanza del vehículo utilizado (y del que antes se había servido), tratando de ridiculizar al líder de la derecha nacionalista: "Por qué espera a septiembre? ¿qué pasa señor Abascal, que se va de vacaciones?"

Entre el anuncio de la presentación de la moción y su defensa en el Congreso, con el verano por medio, el Gobierno de vacaciones y la pandemia 2.0 en puertas, los partidos que gobiernan en regiones y ciudades con los votos de Vox, no pidieron aclaraciones.

Este silencio espeso convertía la sesión de la censura en una cita a ciegas, al desconocerse las intenciones tácticas de Abascal y el sentido final del voto de su aliado.

El discurso del cabeza de Vox, reflejo de un ideario de aluvión, se tradujo en un borbotón desordenado, que juntaba cuestiones dispares, a caballo entre el exabrupto y la demolición, lo que no podía por menos que recordar aquello que dijo Talleyrand: "Tout ce qui est excessif est insignifiant" (Lo excesivo es insignificante).

Dentro de un discurso temerario, radical y sin concesiones, su mayor infortunio fue la crítica furibunda a la Unión Europea: "La maquinaria 'despótica' de Bruselas que está desvalijando a España. Un mega estado federal que se parece demasiado a la República Popular China, a la Unión Soviética o a la Europa soñada por Hitler. Vertedero multicultural creado por el consenso progre". Culpar a Europa de los males del infierno, aparte de un viaje a ninguna parte, no dejaba de ser una ofensa gratuita y un brindis al sol.

El alegato inoportuno, injusto e irreal, sobre el que algunos se sirven para evidenciar que "Vox es la derecha que más conviene a la izquierda", atizó la euforia de socialistas, extrema izquierda, nacionalistas e independentistas que, dejando fuera a populares y ciudadanos, estamparon su firma en lo que llamaron un "manifiesto en favor de la democracia", en el que no cabía mención alguna a España ni a la Constitución.

Nuevo cordón sanitario que, con el pretexto del 'discurso del odio', podría convertirse en la antesala de una tentación latente, la de ilegalizar un partido cabalmente constitucional que dice verdades incómodas y no ha hecho esfuerzo alguno por despojarse de la etiqueta que le acompaña.

Un discurso, el de Casado, tan brillante como inesperado, asistido de inusitada y excesiva violencia verbal. Una maniobra arriesgada, con la que se desmarcó, de forma rotunda y radical, de la familia más próxima, poniendo fin al equívoco y abriendo una zanja insondable. El ajuste de cuentas de las dos derechas, disputándose la hegemonía.

Habrá quien prefiera hablar de ruptura sentimental ya que les seguirán uniendo necesidades mutuas y odios compartidos, por lo que resulta difícil saber cuánto tardarán en cicatrizar las heridas. Ya se sabe que en política la aritmética manda. La derecha genuina tiene un problema serio con esta división que, tal y como están las cosas, puede llegar a dificultar que gobierne.

Sin haber calibrado los efectos susceptibles de provocar y no lograr ninguno de los objetivos trazados (disputar al Partido Popular la preeminencia y debilitar al Partido Socialista), Vox salió malparado del intento, con el impúdico resultado -298 noes frente a 52 síes- que abarcó todo el espectro político. Visto el estropicio ¿a quién se le ocurrió semejante experimento?

El PP repudió al partido que apuntala su poder autonómico y municipal en territorios críticos como Madrid y Andalucía. Al tomar distancia de sus aliados, ¿está en mejor posición para recuperar los dos millones de votos que desertaron del taciturno y adocenado marianismo? Habida cuenta de la tipología y piedad de los que votan a la derecha férrea, tras haber dicho lo que piensa de ellos, eso está por ver.

¿Sale el Gobierno fortalecido de la moción? Si no reforzado, al menos satisfecho, como puede inferirse de los elogios inicuos del vicepresidente Iglesias, al calificar el alegato de Casado como "brillante", "canovista" y "digno de la derecha española más inteligente", si bien el cambio "llega demasiado tarde".

En un duelo, urgente para el líder de la oposición, se deshizo de los elogios y replicó con vehemencia, al icono de la izquierda populista al que había descolocado el inesperado discurso de aquel al que pensaba arrinconar, situándolo al lado de la extrema derecha.

En su contramarcha, señaló la preocupación en algunos países europeos por el auge de la ultraderecha, soslayando mencionar que intranquiliza tanto como la presencia de la ultraizquierda en el gobierno español.

La mayoría social, que dio la mayoría absoluta al devenido panfilismo, se ha reencontrado con un parlamentario sin papeles, sobre el que mantenía reservas, por irresoluto y retraído. Si persevera, le puede ir bien en el medio y largo plazo. Ahora está obligado a definir una línea estratégica, perfilar un proyecto de futuro para el centro derecha y construir una alternativa de Gobierno.

Ha quedado despejado el sentido último de la moción de censura. No era contra Sánchez sino contra el líder de la derecha moderada. El populista de la derecha extrema echó un órdago sin cartas y quedó, momentáneamente, fuera de combate, mientras Casado, que tenia la posición más difícil antes de empezar el debate, eligió el camino que le permitió sobrevivir a la encerrona, evitando el suicidio político.

En el discurso de desmarque, 'hasta aquí hemos llegado', se han herido los sentimientos de Abascal, maltratado por el que fue su amigo y ahora es el dirigente del "partido del que usted ha vivido quince años", con el que se ensañó, tratando de ridiculizarle con insultos, 'monosabio de Iglesias', impropios y gratuitos. Claro que también el PP lleva tiempo aguantando lo de la derechita cobarde.

Aunque a Abascal le haya faltado tiempo para pasar al ataque: "Casado está acogotado por los casos de corrupción", vinculando su 'giro' a la situación judicial que afronta su partido, los puentes no están rotos. A babor, el matrimonio, nacido con reservas (hay que ver las cosas que decía el presidente de su vicepresidente y donde están ahora), se ha consolidado.

Casado ha obtenido un crédito (como una ventana abierta durante un cierto tiempo, siempre corto) a la inversión. Si no lo aprovecha con arrojo y liderazgo perderá la oportunidad y el crédito. Abascal mantendrá el apoyo en ayuntamientos y autonomías. Sabe que si los rompiera se acabaría la pesadilla a estribor.

La cólera social favorece a los extremos. La moderación no proporciona dividendos cuando se desbocan los números (paro, cierre de empresas, gasto público, déficit) y la desesperanza se apodera del alma de una vieja nación que se resiste a capitular.