Anteayer, justo antes de dormir, en plena jornada electoral pues, asumo el riesgo de un pronóstico: «Creo que ganará Biden con holgura», digo. Ella, presintiendo una odiosa victoria de Trump, responde sin afán polémico: «Ya, pero están la economía y la emigración, en las que le ha ido bien». No respondí, pues tenía razón, pero ¿por qué me lancé entonces al pronóstico? Creo que tenía fe todavía (y ésta me pudo) en la reacción cívica de los norteamericanos, esa que hace que uno vote no a favor de lo que más le conviene a corto plazo sino de lo que debe ser por justicia, por decencia o por simple decoro. Aunque al cerrar este billete Biden aún puede ganar, está ya claro que el que llamo voto cívico apenas ha entrado en las urnas, pues habría vencido por abrumadora mayoría, y no tanto por los propios méritos como por la penosa estampa moral y el patente supremacismo de su rival.