Si en 2019 disfrutamos con verdadero placer de la serie Fleabag que escribió, dirigió y protagonizó Phoebe Waller-Bridge, este año volvemos a tener la oportunidad de hacer algo parecido. Lisa Langseth -dramaturga, guionista y directora sueca- nos ofrece la serie Amor y anarquía. Si recuerdo a Phoebe Waller-Bridge al querer hablar del trabajo de Langseth no es solo porque sus respectivas series me resulten seductoras y divertidísimas sino también porque se da la coincidencia de que ambas son mujeres jóvenes y a las dos les interesa la condición humana en sus aspectos más reconocibles aquí y ahora. De ahí que no sea sorprendente que estas dos series estén protagonizadas por sendas mujeres jóvenes que intentan llevar una vida aceptable socialmente y, a la vez, conseguir unos mínimos de satisfacción personal e íntima. La premisa de Amor y anarquía es relativamente simple: una mujer profesional entra a trabajar como consultora en una editorial al borde de la quiebra. Una vez allí, y a pesar de pensar que el rescate de la editorial solo puede darse en términos de vender lo que sea, empieza a relacionarse con sus colegas y con un joven informático que la pilla masturbándose en un lugar impensable. Pero esto es más un pretexto narrativo que una explicación de lo que vamos a ver y de lo que vamos a disfrutar. La vida de la protagonista es cualquier cosa menos simple. Tiene que conjugar su trabajo con su papel de hija, de madre y de esposa. Y no resulta fácil. Tanto en el mundo profesional como en el doméstico los valores que parecen prevalecer son los que se apoyan en «no hay más cera que la que arde» o «no hay más valor que lo que se pueda comercializar», y es ahí donde los juegos malabares que tienen que hacer los personajes son increíblemente divertidos, dramáticos, de calado, absurdos o simplemente reconocibles para quienes estamos viendo la serie. Podría dar más detalles, contarles que el sesgo feminista le añade sabor a todo ello, que los juegos y desafíos que se traen entre manos la protagonista y el informático mantienen una tensión erótica estupendísima a la vez que se convierten en algo más que juegos, que la hija de la protagonista es adorable dentro de esa peculiaridad nórdica, que el marido es un gilipollas, etc. Pero estos detalles valdrían de poco porque el cómo se desarrollan los personajes y sus circunstancias es tan relevante como su caracterización. El uso de espacios y del punto de vista de la cámara nos hace participar de cada momento como si estuviésemos allí, incluso en momentos en los que nos sentimos incómodas precisamente por estar allí. De esa incomodidad, lo mismo que con la risa que provocan otras secuencias, surgen precisamente las cuestiones que nos interesan con respecto a la sociedad en la que vivimos. Es mejor que la vean y, si es posible, en el original con subtítulos. A pesar de todas las dificultades de los personajes y nuestras, la serie (episodio a episodio) nos convence de que merece la pena identificar qué es lo que queremos de verdad y de qué podemos prescindir en nuestras vidas porque, en definitiva, nos conviene.