Opinión | Tribuna

Personas como yo

Suena la alarma del móvil. Abres un ojo tímidamente y tu cuerpo comienza el proceso diario. El estómago se encoge, las piernas tiemblan, el dolor corporal se ramifica, y los pensamientos empiezan a despertar en bandada dando forma a la bestia a la que tienes que hacer frente. Salir de la cama es un reto, quedarse en ella un martirio.

Hay que convivir con la bestia. Es oscura, se moldea a las paredes de tu intimidad y se acomoda en tus debilidades. Te confunde y te nubla la percepción; desconecta los cables de tus emociones.

Un año de pérdidas vitales, encierros, incertidumbre y mucho miedo. Los problemas de salud mental ya eran una pandemia antes de la pandemia. Las carencias del sistema también, el colapso no es una sorpresa para aquellos que ya conocíamos a la bestia. También vivíamos (y vivimos) una conversación social y política constante sobre género, identidad, inmigración, precariedad, toxicidad, o pobreza. Todo lo que tenemos que reclamar al sistema que formamos (y pagamos) y que nos trata con una violencia institucional perversamente diseñada; la supuesta sociedad del bienestar ha depauperizado nuestras vidas, nos las ha envuelto en un paquetito polarizado, con un lazo, y lo hemos comprado alegremente como ingenuos. Tenemos que dar las gracias por tener una vida medio digna.

A veces te cabrea leer a personas decir que tienen ansiedad o depresión tan ligeramente. Y eso es parte del problema, y ahí radica la maldad de todo este entramado. Esos mensajes son legítimos, y válidos. Corresponden a las herramientas vacuas que nos facilita el sistema para engañarnos: ‘hay gente que está peor que tú, tu queja está fuera de lugar’. Intenta anular nuestra capacidad de análisis, y hace que las personas que sufren de forma intensa y constante trastornos de salud mental se sientan incomprendidas, que sus seres queridos no sepan cómo ayudarles o comprenderles, que sus amigos se alejen, que la bestia te tape la luz.

El problema es la maldita falta de información, la narrativa del individualismo. Que te miren raro, que nombrar tu enfermedad pueda ser una etiqueta que no se sabe interpretar. Lo que sí ha puesto en relieve la pandemia es que la educación es la principal vía de prevención de muchos de nuestros sufrimientos. Con la mejor intención te dicen «tú puedes, propóntelo, está en ti, todos tenemos días malos». No saben, y no es su culpa. Incrementan tu soledad. Te avergüenzas por algo de lo que no se habla. El elefante en la habitación.

Hay momentos en los que no se puede solo, en otros no se puede ni con ayuda. Cuesta cargar con el peso de una enfermedad que no conoces, no identificas, no sabes cuánto durará, y cómo te afectará a ti y a los que te rodean. El trabajo que hacen los psicólogos es completamente desconocido por la gran mayoría; profesionales capaces de darte esperanza cuando no te queda ninguna, a los que podemos permitírnoslo, claro.

La valentía es un concepto muy peligroso; en términos capitalistas es la expresión más nítida del abandono. Supone tener que disimular y estar a la altura mientras tu cuerpo se corrompe. Así cierra el sistema su jugada perfecta, despojándose de toda responsabilidad sobre los sujetos que lo alimentan. Ser valiente no es una capacidad innata; reducir las soluciones de nuestros problemas a eso es retarte a una batalla perdida. Sobrevivir supone cuidados y empatía, comprensión, y amor propio. El empoderamiento acaba naciendo, se sale, se puede, pero es una de las experiencias más solitarias que un ser humano puede vivir.

Para algunos, algo nuevo con la pandemia; para otros, un grillete más en la cárcel de la mente. Hay que vivirlo para saberlo. La vida es esto. La vida puede llegar a ser no querer morir, pero no tener ganas de vivir. La vida es dura y la vida sigue.

Por eso hoy, ningún día en especial, felicidades. Enhorabuena a ti que lees esto mientras dos lágrimas caen por inercia sin que tu rictus, tenso, se inmute, porque tú también lo sientes. Felicidades por seguir ahí, no hay una forma correcta de gestionar este tipo de cosas. Nos sentimos solos, pero no lo estamos; estamos leyendo esto contigo y debilitando a la bestia. Pide ayuda, quéjate, expresa lo que puedas, grita, diside, maldice y responsabiliza a quien corresponda. Intenta respirar.

Esto no es tu culpa. Haz lo que te consuele, y hoy, felicítate, por seguir aquí todo este tiempo, intentándolo. Viviendo. Se sale. Hay personas como tú y como yo. Y seguimos, juntos, de la mano.

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