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El público durante el concierto de Rosalía en el Marenostrum de Fuengirola

El público durante el concierto de Rosalía en el Marenostrum de Fuengirola / Álex Zea

«Eso no es música». Esto se repite en conversaciones, en familia, con conocidos, y desde la semana pasada que nuestra Rosalía comenzó su gira mundial en Andalucía, en redes sociales. Y es de alguna forma una continuación de las críticas que Motomami, el tercer disco de la cantante recibió las primeras semanas tras su publicación. En su inmensa mayoría, críticos musicales hombres, se dedicaron a cuestionar la autenticidad, calidad e incluso la autoría de un disco que a nivel mundial está considerado el mejor disco del año, y les emplazo a las listas de la mejor música de 2022 para comprobarlo.

El pasado 14 de julio llegábamos a las 17.00 horas a hacer cola para el concierto de Rosalía en Fuengirola, en el que por fin presentaría Motomami. Nada más llegar, ver a toda una generación de jóvenes entusiasmados con unos looks y un buen rollo tan contagioso, me emocionó y me hizo arrepentirme por no haberme puesto algo de brillantina. Mucha gente de distintos barrios de Málaga, en grupos de amigos, mayoritariamente chicas y chiques LGTBIQ. Se respiraba un mariliendrismo buenísimo, y había muchas madres y padres que llevaban a sus hijes al concierto, al ser menores, y muchos de ellos también llevaban sus camisetas de Motomaris. Hijes con sus uñas de gel, su purpurina y sus pequeñas y entrañables personalidades, dignas del momento que vivimos. Un ambiente agradable, sano y empático.

Me llamó poderosamente la atención la reflexión en redes de Sara Jiménez Leiva, que comentaba el buen rollo y la naturaleza de espacio seguro que todas habíamos sentido estando allí, y hacía especial referencia a la ausencia de la masculinidad tóxica. Y esto articulaba a la perfección la misma sensación que yo había tenido. Les sugiero hacer una búsqueda rápida en Google con las palabras altercado y concierto, verán cuál es el género de la mayoría de cantantes y bandas que salen en los resultados.

En los últimos días, muchos de estos críticos acomodados en el periodismo musical rancio de este país (de urgente revisión) se han llevado las manos a la cabeza principalmente por dos cuestiones; que no había una banda tradicional acompañando a la cantante, y que, como parte de su propuesta artística, el concierto está siendo grabado por diversas cámaras móviles y emitido en dos pantallas laterales verticales que recuerdan al directo que la cantante ofreció en la red social TikTok. Desde que se publicó Motomami se han leído malas críticas con justificaciones delirantes y absurdas como las de periodistas en medios nacionales o y en Twitter, que parecen molestos por el éxito de la cantante, y que escriben palabras como gafapastas. No entendemos nada.

Y es que el directo de presentación de Motomami es espectacular. Y no necesita explicación que lo sustente. La artista emociona en cada momento de las dos horas de espectáculo en las que literalmente no para de entregarse al 100% en cuerpo y voz. Más de 30 canciones que repasan mayoritariamente el disco nuevo, junto a otros éxitos y guiños a través de medleys y mashups. Su voz, impecable; en escena, le acompañan ocho bailarines que configuran coreografías sólo alcanzables por ella. Una iluminación que simula la velocidad por autopista, y el escenario minimalista donde Rosalía salta, se tumba, se corta las trenzas, se emociona, se desmaquilla, ríe, toca el piano, la guitarra, o nos deja con un pellizco en el estómago.

Rosalía desafía a dichas cámaras, se dirige a ellas durante una buena parte del concierto y las coloca estratégicamente en el suelo, apoyadas en una esquina del piano, se las entrega al público, a sus bailarines, e incluso aparece una steady que la persigue por momentos generando la sensación de estar en un estudio de grabación, y jugando con la mirada hacia el público, de forma directa, o través de estas pantallas, pero siempre emociona y evoca todo tipo de sentimientos. Con innovación interpretativa, Rosalía plantea desde dónde la miramos (smartphones) y desde dónde nos mira, y trasciende su arte a través de la pantalla. Porque la mirada tiene un importante papel en este espectáculo, y apoderándose de ella, su directo es formidable desde cualquier de los múltiples ángulos que nos ofrece.

En cuánto a los instrumentos, estos críticos ¿dónde han estado estos últimos 60 años? ¿Qué ocurre con la cultura hip hop y sus directos con de micro y mesa? ¿Saben que los instrumentos de Beyoncé en sus últimas giras son Macs? ¿Han ido a algún espectáculo de música electrónica? ¿Por qué este empeño en no sólo desvalorizar a Rosalía mintiendo al decir que no lleva instrumentos cuando toca piano y guitarra en su show, sino también en restarle el valor cultural a las letras en la música pop como algo tan importante como el sonido? ¿Quién eres tú para definir qué es música, y qué no? Se evidencia que la cuestión de género en la industria musical de nuestro país sigue siendo un elemento pendiente de resolver, cuando los argumentos de críticas pasan por alto el contenido de un show, y aflora la desconexión de cómo ha evolucionado la música pop en la última década. Desde carteles de festivales sin chicas, pasando por todo tipo de abusos sufridos por profesionales femeninas de esta profesión, y llegando directamente a la falta de respeto y la poca vergüenza de decir que lo de Rosalía no es música, las chicas siempre tienen que estar demostrando su valía desde todos los ángulos posibles, y, aun así, estos señores encontrarán errores. El año pasado pudimos leer a los mismos adentrándose hasta el fondo de lo más profundo del núcleo de la tierra con la intención de buscarle pegas a otro grandísimo (y valiente) disco, Puta, de Zahara. Quizás tanto empeñó denotaba alusiones voluntarias, dadas las cuestiones que trataba. Madonna y Björk ya apuntaban recientemente en diferentes entrevistas a Pitchfork el agotamiento que supone no ser reconocidas como productoras y tener que estar constantemente recordándoselo a cierto sector mayoritario de la industria musical.

Por supuesto que hay opiniones, y por supuesto que una artista como Rosalía suscitará muchas y de todo tipo. Pero tirar del tradicionalismo para cargarse un concierto sin hacer referencia a la conexión que la artista tiene con su público, y el contexto tan específico en el que se produce con un talento objetivo no es justo. Decir que es un efecto fácil para impresionar a adolescentes es doblemente ofensivo, como si tu no hubieses sido uno, Paco. Realmente hay que trabajar en un espacio de mayor respeto hacia las generaciones actuales, se siguen imponiendo referentes tradicionalistas (todotíos) y se cuestiona a cualquiera que ponga en duda dichas prácticas y logísticas. No es casualidad que el concierto de una Motomami sea a la vez espacio seguro para la gente joven y objeto de críticas musicales vacías; una vez más, toca revisar los imaginarios de lo establecido en lo cultural, en cuestión de género y privilegio.

«No me gustan mucho las chicas, son un poco tontas. A menos, claro, que quieran jugar con mi pito», cantaba Lily Allen haciendo un genial ejercicio de visibilidad de una realidad extendida en el periodismo musical de señores de internet, en su tema URL Badman.

Aquí la buena música es la que los señores nos digan, y las estrellas del rock sólo existen si tienen una extensión de su falo con cuerdas en escena. Pues mira no, Paco, escucha a ARCA y quédate loco. Desde hace décadas la música abandonó estos cánones rancios y gracias a internet y a la tecnología la música es más variada, más democrática. Bienvenido a 2022, donde todo es compatible. No, los coches aún no vuelan, pero las Reinonas, como Rosalía nos llamó a todos los que fuimos a su concierto, estamos aquí para defender nuestro futuro como se merece; y esto incluye a nuestros referentes que hacen buena música que nos gusta sin tener que darte explicaciones, y que miramos de otra manera. No como tú, que estás muy visto.

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