Opinión | Tribuna

Spainestable

Venimos acarreando, como una losa, un déficit económico-político que se inició allá por el año 1936. Siempre hay un detonante que estalla la metralla que había sido preparada, esto es, revueltas, crisis económica, política, educativa o sanitaria y, a su vez, enlaza con aquella tremebunda crisis de 1898, que seguía flotando y horadando las mentes de nuestros compatriotas. ¡Qué miedo me produce este término!, no tanto por el matiz extremista que encierra en sí como por la idea de exclusión que conlleva, puesto que los unos y los otros entienden el término a su manera. He ahí el quid, el núcleo del problema: los unos y los otros. Ambos contribuyeron a la siniestra eclosión. Todavía se siguen culpando de lo que ocurrió, incluso sigue ocurriendo. Los trastos que se lanzan a la cabeza, no con tanta virulencia como antaño, son básicamente los mismos. 

Muchos recordamos las palabras de Bismarck, que decía que España es el país más poderoso de la Tierra, pues lleva siglos intentando autodestruirse y no lo ha conseguido.

Desde aquella gripe de 1918, mal llamada española, aunque quizás merecida, no hemos vuelto a padecer una pandemia tan terrorífica. Tras un año, cuyos homenajes se suceden por todos los medios - creía que se conmemoraban los sucesos a toro pasado-, parece que siguiéramos en el punto de partida. Es cierto que muchos hemos aprendido a desarrollar y alimentar nuestra Resiliencia -lo escribo con mayúscula porque se va a convertir en el vocablo de la década- pero otra inmensa minoría - quiero pensar-, esa que solo defiende y mira solo sus intereses y su enorme y ampuloso ombligo, ha proyectado no solo una nefasta imagen de nuestra sociedad, sino una serie de denigrantes perjuicios que atenta contra nuestra seguridad y salud. ¿Qué diferencia hay por consiguiente entre esos jóvenes irresponsables, que no entienden la vida si no hay fiesta y alcohol, y todo ese grupo de políticos - los unos y los otros- que se han adelantado al turno de vacunación que le correspondía? Es cierto que nuestra clase política ha demostrado tener poca clase, pero al mismo tiempo ha sido elegida por el pueblo, por lo que en última instancia los responsables también somos nosotros.

Durante estos convulsos y revueltos vaivenes, algunos han tenido la feliz idea de proseguir con nuestra propia autodestrucción convocando elecciones inoportunas, así como mociones de censura no menos inapropiadas. 

Padecemos el síndrome de la inestabilidad. Cada cierto tiempo, España necesita una sobredosis que nos haga sentir el ‘pulsómetro’ de nuestra estulticia.

Todos los ciudadanos cuerdos admitimos que determinadas acciones políticas tan solo contribuyen a nutrir una hecatombe que se atisba lejana, por los más optimistas; sin embargo, pareciera que golpea con los nudillos en nuestra puerta durante una siniestra tormenta de una noche oscura. Sabemos que el paro aumenta exponencialmente, que los ERTE siguen en el limbo, que hay millones de personas esperando su vacunación, que ha habido miles y miles de muertes producidas por la pandemia, que el suministro de la AstraZeneca se ha detenido, dejando a millares de personas tan absortas como indignadas, aunque considero que ha sido producto no tanto por los posibles efectos adversos como por la inherente especulación de la industria farmacéutica, adosada a la contienda política que está librando UK con la UE.

Inmersos en este delicadísimo y preocupante panorama, la perturbada clase política se dedica a jugar a Juego de Tronos, mediante pactos, mociones de censura, siniestras estrategias, dimisiones, cambios de estatus, adelanto de elecciones o sesgadas, veladas y descaradas amenazas. Los unos y los otros esgrimen que son el fiel reflejo de sus votantes, y afilan los sables del fascismo y el comunismo: aquellas luctuosas ideologías de sombrío pasado, que siguen reptando bien entrado el siglo XXI porque los unos y los otros parecen ensalzarlas y a la vez las usan como arma arrojadiza. Los populismos de uno y otro bando se retroalimentan y coexisten recíprocamente. Se necesitan para autoafirmarse.

En esta inmadura tesitura, propia de teenagers, nos encontramos, alimentada a su vez por un copioso número de ciudadanos desde las RRSS o desde las terrazas de cualquier cafetería. Me cuesta asumir que son, básicamente, todos aquellos que tienen su futuro y su sueldo asegurado y no ven que existen conciudadanos que viven con el agua al cuello y siguen arremetiendo contra los ayusos y los iglesias permanentemente. Entrando todos por el aro que la perturbada clase política desea que entremos. Aquellos, los políticos, estos, sus fieles y obcecados votantes, que tienen su pagaza o su paguita asegurada, están perpetuando esta inestabilidad que ya está enquistada y me hace pensar que ya es congénita. A todos estos no les importa que media España esté gimiendo de dolor y desolación. Siguen lanzándose los trastos a la cabeza en este deleznable jueguecito político.

Parece que la sociedad tiende a polarizarse en uno y otro bando de nuevo, perpetuándose ese enfrentamiento de claro tufo guerracivilista. Otros tantos sesudos ciudadanos abogan por la llamada tercera España, que se distancia de esa temerosa polaridad que engendra en sí misma miseria y aflicción.