Opinión | Entre el sol y la sal

Soy tonto

Una enfermera prepara una vacuna del coronavirus.

Una enfermera prepara una vacuna del coronavirus.

Estos días he tenido la suerte de reencontrarme con un viejo amigo. Ya saben. De esos que no ves muy a menudo, pero, siempre que ocurre, parece que no hubiera pasado el tiempo. Nos conocemos de toda la vida. Casi 44 años para ser exactos. Lógicamente nos pusimos al día de nuestras andanzas y desventuras y, cómo no, comentamos que Tamara Falcó se niega a vacunarse con AstraZeneca porque, y cito literalmente, «deseo que me aseguren que la vacuna que me van a poner es segura». Mi amigo, se me olvidaba comentároslo, padece una enfermedad autoinmune e incurable desde los 18 años. Una dolencia que le obliga a inflarse de pastillas diariamente e ingresarse cada dos meses, engancharse a una máquina y recibir un medicamento que le devasta el sistema defensivo. Así vive, recibiendo cada ocho semanas un líquido que le da la vida pero que, entre sus efectos secundarios, puede producirle cáncer. A pesar de ello lo recibe muy agradecido, porque sin él volverían aquellos ingresos de meses postrado en una cama, perdiendo casi 20 kilos, alimentándose artificialmente, recibiendo morfina en vena para no desmayarse por el dolor y transfusiones de sangre para empatar las tremendas hemorragias.

Ese medicamento, un avance de la ciencia a pesar de sus posibles consecuencias, le hace tener una vida normal. Así que mi amigo se ríe a mandíbula batiente cuando escucha a Tamara, y a miles de personas, decir que una vacuna que da trombos en un 0,0004% no les parece segura y prefieren exponerse a infectarse y acabar en la UCI, o muertos, cuando el riesgo de tromboembolismo para un fumador es del 0,17% y de sufrir un accidente aéreo se eleva al 0,19%. Fuman, viajan, pero vacunarse no. Muy lógico. No les basta con la apabullante abundancia de informes, ponencias y manifiestos de catedráticos de virología o hematología. Prefieren confiar en el bulo de turno y porfiar su futuro al destino. Más de 200.000 profesionales sanitarios, de 82 sociedades científicas, han emitido un manifiesto que no deja lugar a dudas. «Nuestro principal mensaje a las autoridades políticas es el siguiente: vacunen. Y a los ciudadanos este otro: vacúnense».

Ya se han contabilizado más de tres millones de muertos por Covid en el mundo, seis veces más que en la Guerra Civil. Media vida quejándonos de que la religión sumió al mundo en oscuras tinieblas de desconocimiento e involución durante siglos, y ahora que la ciencia habla alto y claro nos encomendamos al abracadabra pata de cabra, al sana, sana, culito de rana, o a Miguel Bosé. Porque somos más listos que miles de médicos, claro.

Yo, por mi parte, le comento a mi amigo que soy muy de la ministra Irene Montero, y que por tanto me gusta la vacuna y el vacuno. Así, vuelta y vuelta, en su punto, con sus patatitas al horno y toda la parafernalia. Pienso vacunarme en cuanto me llamen y lo celebraré con un entrecot bien grasiento, que también da trombos. La otra opción, la de la muerte que mi amigo lleva 20 años esquivando gracias a la ciencia, se la dejo a los listos. Soy así de tonto.