Opinión | Tribuna

La ropa tendida

Travesía

Travesía

Lo intento, de verdad que lo hago. No es bueno para mí ni para el resto de mi generación cabrearnos tanto porque no tenemos mucha escapatoria. Pero inevitablemente uno tiene un límite y hoy ha llegado. Los derechos humanos de todas las personas de este planeta no son un debate o una opinión, y se están tratando como tal. Y cuando está en juego la vida de menores, niños, niñas y niñes, aquí o nos plantamos o nos plantamos. Y con la vida no me refiero sólo a la existencia con un principio y un fin, hablo de una experiencia digna. 

Porque el martes presenciamos las preocupantes reacciones de políticos ante la llegada de más de 7.000 inmigrantes a Ceuta; muchos menores que se debaten entre la vida y la muerte por hipotermia. Aquí el héroe es el sujeto activo de las fuerzas del estado que le abraza en una imagen que ya se califica como entrañable porque ha sujetado con sus propios brazos salvadores a un niño inmigrante a punto de morir. ¿Qué harías tú? Lo que hizo Pedro Sánchez, desaparecido estos últimos meses, fue presentarse allí para demostrar lo que le importa, a pesar de que nuestro gobierno a día de hoy sigue financiando armas de fuego a países que las usan para asesinar a esos mismos niños. Le venía muy bien salir corriendo del Congreso para que no se le caiga la cara de vergüenza porque el PSOE haya decidido, con excusas baratas, que las personas trans de nuestro país no tienen derecho a ser. Abstenerse ante un proyecto de ley más importante que el del matrimonio igualitario es no estar a favor. Pero es que aquí cerquita tenemos un gobierno andaluz del PP incapaz de aclarar la siguiente pregunta: ¿Piensan aprobar el prometido PIN Parental a VOX para que les permita seguir gobernando por cuatro míseros escaños a cambio de arruinarle la vida a muchos niños que merecen ser lo que les dé la gana? Queremos una respuesta. 

No nos olvidemos de Díaz Ayuso, esa presidenta blanqueada hasta por los programas de investigación a lo Gonzo, que, en plena pandemia, cuando la pobreza se ha disparado, ha defendido con viles argumentos la porquería de comida que han recibido menores con ese plan chanchullero de menús con grasas saturadas para familias vulnerables. Pero el hambre es algo que no le preocupa mucho a esta señora, su perfecto mitin de campaña electoral alcanzó su pico opresor cuando llamó ‘mantenidos’ a las personas que hacen uso de los bancos de alimentos.

Llevo un par de meses invirtiendo el proceso, siendo gacela que observa lentamente al capitalismo depredador, y que toma notas de su macabra treta de colonización de los lenguajes para jodernos. Nos escandalizamos cuando se proyecta la realidad en pantalla con duras imágenes de la violencia más extrema hacia menores en países abandonados (por los nuestros), pero aplaudimos con alegría el repugnante paternalismo de programas como La Voz Kids que armiñan el talento infantil como fuente de ingresos y entretenimiento, y les adultiza y sexualiza. Tenemos que ir a publicidad, no tenemos tiempo de explicar obviedades.

Estos días hemos visto llorar de impotencia a Nadine Abdel-Taif, de 10 años, delante de edificios dinamitados en la frontera de Gaza, diciendo “me gustaría poder ser médico para ayudar a mi gente, pero no puedo, soy solo una niña”. ¿Firmamos un change.org? No sé, que le pregunten a Miguel Ángel Hurtado qué le parece que la Santa Iglesia Católica de España se lleve 250 millones de euros de media anual gracias al regalo de los contribuyentes, después de quedar impune cuando se han descubierto sus múltiples redes de pederastia organizada. Que le pregunten a Malika Chalhy por el PIN Parental o el síndrome de alienación parental (me niego a escribirlo en mayúsculas, es maltrato infantil con imagen de marca) después de que sus propios padres la hayan echado de su casa por ser lesbiana. O, si alguien se acuerda, si sigue vivo, si a alguien le importa, que le pregunten a ese niño que la semana pasada corría por las calles del centro de Jerusalén para que no le explotase una granada en la cara. O que le pregunten a los menores españoles y extranjeros en acogida que viven en este país cómo les ha sentado ver la desfachatez de los carteles de la campaña electoral de VOX en la comunidad de Madrid, que los demoniza, que están manipulados, y que la magistrada Mónica Aguirre ha legitimado apelando a la “típica pluralidad política” de precampaña, porque aquí todo vale cuando se trata de poder dividir a la clase trabajadora. NO. Que le pregunten a la red de activistas de Chechenia y Rusia que trabajan noche y día de su bolsillo para evacuar a adolescentes LGTBIQ+ de estos países porque el gobierno o sus propias familias los a-se-si-nan. 

Pienso en la imagen de Aylan Kurdi, el niño muerto en la orilla, el de la fotografía que en 2015 expertos neoliberales locales analizaban cómo si de una pintura de Revello de Toro se tratase, con entusiasmo y teorías estéticas elitistas. Aylan tenía tres años y murió junto a su hermano de cinco, Galip Kurdi, y su madre, cuando intentaban escapar de la barbarie de Siria e intentaban llegar a Grecia. Pienso en Chelsea Manning, en Malala Yousafzai, en Elliot Page, en los hijos de George Floyd, o en los niños asesinados víctimas de la violencia de género en nuestro país. No hay forma de justificar ningún tipo de violencia, pero cuando no se respeta ni la ropa tendida en conflictos de adultos, aquí hay que intervenir, y en esto, me temo, estamos solos.

Pienso en Greta Thunberg y en todo el bullying que recibe. Una niña que lleva desde los 15 años en huelga escolar y dedica su tiempo a explicarnos a los ocupados adultos que el mundo, tal y como lo conocemos, se nos acaba. “Nosotros los niños estamos haciendo esto para que los adultos despertéis” tuvo que decirles a hombres poderosos que no tienen tiempo para hacer su trabajo, en la Cumbre sobre acción Climática de la ONU de 2019. Básicamente hemos llegado al punto de responsabilizar a los menores del futuro mundo de mierda que les vamos a dejar. ¿Qué ha ocurrido para que niños y jóvenes se tengan que asociar y organizar para luchar por unas vidas dignas? No, no y no. Ser niño, niña o niñe es la parte más bonita de la vida, una en la que merecemos descubrir lo bueno de este mundo, antes de crecer y que nos desengañemos con este planeta lacerante. 

En su colaboración con el grupo británico The 1975, Greta dejaba un mensaje muy claro sobre el cambio climático, y que es extensible a todas las violencias que sufren los menores en todo el mundo.

“No hay zonas grises cuando se trata de sobrevivir. Ya no podemos salvar el mundo siguiendo las reglas porque las reglas tienen que cambiar, todo tiene que cambiar, y tiene que empezar hoy. Así que, a todo el mundo ahí fuera, es la hora de la desobediencia civil. Es hora de rebelarse”. 

¿Rojo? Sí, rojo de vergüenza.