Opinión | 725 palabras

Me tiemblan las piernas

Últimamente vivo con los dedos cruzados, pies incluidos. ¿Podría alguien no ser consciente de la profunda herida económica infringida al sector turístico y del luengo periodo que lleva esa herida abierta y de la trascendental importancia que representa un minuto más o menos en estos casos? No. Pero, aun así, la prisa me da canguis.

Sí, paciente leyente, la prisa me acongojona... Es más, respecto de lo que pretende expresar este cartuchito de letras, además de cerote, siento vértigo por lo que pudiera tener de apresurada la bajada del puente levadizo del foso, la apertura del portón y el elevamiento del rastrillo del castillo de nuestro turismo en el momento actual, cuya realidad inmunológica –la de la sociedad de acogida y la de los turistas– se balancea sobre los héticos hilos de unos certificados de vacunación que vagan y divagan por los etéreos mundos de los protocolos y las buenas intenciones.

En esencia, la jindama que hoy me invade responde a la naturaleza excesiva del ser humano. «España es un país excesivo». Lo dijo don Camilo, el del Nobel y La insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona. ¡Anda que no, don Camilo...!, pero en estos tiempos de convulsas circunstancias, no más excesivo que los tradicionalmente modélicos países escandinavos. Tanto para los hispanos como para los escandinavos la disciplina vive en el neocortex y la emoción en el sistema límbico. La disciplina guarda la distancia social en el estadio, la emoción grita gol desde las tripas y besa y abraza y achucha a su vecino de grada, como si fueran hermanos, aun sin conocerse de nada.

Después de catorce meses de conductas correccionales por imposición legal, después de catorce meses con buena parte de las emociones encadenadas a los graníticos muros de la cohibición y el deber, hasta el cerebro reptiliano estaría feliz de hacer piña y coro con el sistema límbico para que algunas emociones fluyeran pseudotransformadas en necesidades vitales inaplazables. Cuando se dan las circunstancias para que una emoción se convierta en una necesidad vital, la lógica evanesce, el miedo sucumbe, el equilibrio desiste y el raciocinio enmudece.

Siento vértigo ante la hipótesis del puntual ayuntamiento de dos necesidades transformadas en vitales, aunque como realidad universal ninguna de las dos lo sean. En un lado del lecho, la mimosa oferta turística y su puntual necesidad económico-vital. En el otro lado del lecho, la apasionada demanda turística y su puntual necesidad vital de disfrutar libremente. Entre ambas necesidades, el escenario de catorce meses de reiteradas ausencias. O séase, el fuego y la pólvora...

–Claro que sí mi amor, la puntita nada más... –Ya, ya...

¿Qué podría ocurrirle a un destino turístico que por un fatídico desliz de la providencia se viera retratado como foco contagioso? (uf, acabo se sentir un gélido escalofrío). Si se trata de contagio, los verbos ser y estar no precisan mayor explicación. Ejemplo: si a su vuelta, un vecino le cuenta a otro que se ha contagiado durante sus vacaciones, apuesto cien contra uno a que el oyente, mediante un impoluto silogismo aristotélico asumirá que el destino turístico en cuestión es contagioso. Y si, por mal hado, el encuentro entre ambos vecinos coincidiera en el rellano del ascensor de las redes sociales, mejor no pensarlo...

Cuando la realidad travestida de necesidad vital es el problema, la prisa nunca jamás será buena compañera de la solución. En esencia, la prisa es un perverso invento del hombre. La necesidad, especialmente las necesidades fisiológicas, no. Recuerdo una vez en la que desde que mi cerebro me apuntó que tenía una urgentísima necesidad de miccionar y que ello pudo ocurrir pasaron casi siete horas, en las que hube de ocuparme de impedir que la muerte alcanzara a un ser querido. Y felizmente logré hacerlo antes de hacer pis. Inmanentemente, todo es un simple y llano asunto de prelación, incluso las necesidades fisiológicas.

Nuestra existencia es un infinito bucle de estrés basado en el miedo mórbido de no disponer de tiempo para acometer todo lo que tenemos entre manos. Craso error. Todos, siempre, disponemos del tiempo suficiente para acometer lo importante. En síntesis, se trata de aprender a sustituir «no tengo tiempo» por «tengo tiempo» interiorizando a la vez que decidir, actuar, ejercer, realizar..., necesariamente implica elegir. Así de simple.

Pues eso, que me pongo en modo turístico y, últimamente, me tiemblan las piernas...