Opinión | 725 PALABRAS

Cosas del turismo

Mirada con la suficiente perspectiva es fácil observar que la sociedad que habitamos y que nos habita lleva demasiado tiempo en tanganillas, es decir, en una especie de vaivén compensatorio permanente que tiende a imposibilitar cualquier modo de equilibrio distinto del de seguir el compas que, sin nuestra participación, nos marcan los años tomados de uno en uno.

En el sentido turístico, pareciere que algo nos lleva a estar seguros de que, si nos paramos a reconsiderar el futuro más allá de las dos siguientes temporadas, correremos el riesgo de caernos, por el propio impulso de vaivén. Pareciere que setenta años después, año a año, seguimos siendo más prisioneros de aquel primer movimiento de vaivén que una vez, cuando todo empezaba, pusimos en marcha con un esfuerzo heroico, pero que nada tiene que ver con las necesidades de los destinos turísticos de nuestros días, ni con las incorregibles e incontenidas vanidades de crecimiento sine die.

El talante de decidir parar el vaivén para cambiar el paso o el de esforzarnos en mantenerlo per in sæcula sæculorum asumiendo las consecuencias, en ambos casos lo resumió el obstinado Miguel de Unamuno en un consejo sin sesgos: «Procuremos más ser padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado», dijo.

Respecto de lo expuesto, da igual la actividad en la que centremos nuestra atención, el consejo de don Miguel es válido, es decir, la enjundia de su verdad es apodíctica e ilimitada por cuanto que es incondicionalmente válida y porque no queda encorsetada por la actividad profesional, ni por el espacio geográfico, ni por la naturaleza intrínseca del proyecto al que se aplique, ni por sus intenciones troncales, ni por la edad ni el sexo de sus actores, ni por sus plazos... El turismo, sírvanos de ejemplo de lo expresado, como actividad productiva es especialmente digno de ser el objeto de aplicación del consejo de Unamuno, y las políticas turísticas locales, provinciales, supraprovinciales, autonómicas y estatales, también. Pero, históricamente, nunca ocurrió. Todos los planes, los individuales y los institucionalizados, obedecieron a estrategias bajo el sencillo epígrafe de aquí te pillo aquí te mato, y mañana Dios dirá...

Un sereno análisis del devenir histórico de la actividad turística desde del inicio del turismo de masas hasta nuestros días, nos descubrirá que desde el minuto uno el crecimiento como actividad económica se fundamentó en no prestarle atención al pensamiento del sabio, sino de literalmente actuar en contra. Año a año y lustro a lustro hemos sido y seguimos siendo más hijos de nuestro pasado que padres de nuestro porvenir. ¿Cómo se explicaría el desproporcionado crecimiento, si no...?

Buena parte de los condicionamientos de las ofertas turísticas regladas y no regladas y, por ende, buena parte de las debilidades de los destinos turísticos consolidados, obedecen a haber sido –y seguir siendo– más hijos de su pasado que padres de su porvenir. El crecimiento exponencial del astronómico número de camas de oferta reglada en los destinos consolidados se ve individualmente aplaudido por las cuentas de resultados individuales de las sociedades implicadas en el proceso, pero, a medio y largo plazo, también perjudicadas sin remedio por la falta de atención al consejo de Unamuno.

En síntesis, durante los primeros tiempos, aquellos del principio, en los que el turismo aún no era una ciencia, existir como oferta fue suficiente en función de la igualdad un turista = una cama, pero cuando la actividad se convirtió en una actividad de masas nadie supo asir la batuta para que cada destino, al unísono de todos sus actores, mirificara su oferta –la particular y la colectiva– a base de no olvidar la obligación de ser padres del porvenir, sin que el distractor de la cuenta de resultados lo impidiera, bajo ningún concepto.

Históricamente, han sido –y siguen siendo– muy abultadas las veces en las que el distractor de la inmediatez impidió el ejercicio de la ciencia de la gestión responsable. En este sentido, existe un pensamiento motivador, propio de las terapias articuladas por las ciencias de la salud mental, que es perfectamente exportable a los efectos de la línea discursiva de esta columna. El pensamiento fue parido por Wayne Dyer y reza «el conflicto no puede sobrevivir sin nuestra participación». Los males y los conflictos en los destinos turísticos –los habidos y los por llegar–, no podrían sobrevivir sin nuestra participación activa a favor del conflicto.

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