Opinión | 725 palabras

Carambolas

Anoche fue una noche activa de carambolas. La viví como una concatenación de ensoñaciones en las que las protagonistas eran las carambolas en todas sus acepciones: carambolas en el billar, en la petanca, en el juego de canicas, en el futbolín... y sensibles carambolas metafóricas que convertían lo imposible en posible. ¿Se imagina, amable leyente una noche en la que toda la vida que se sueña sale bien, aunque sea de carambola? Pues eso..., lo de anoche fue una ensoñación milagrosa.

«Cuando tan torpe la razón se halla, mejor habla, señor, quien mejor calla». Calderón de la Barca dixit.

Si no ha sido designio divino, que, francamente, no lo creo, arrancar la columna con el aserto de Calderón debe haberse debido a lo que los argentinos denominan «una suertuda carambola». Me refiero al hecho de que sin saber adónde me conducirán las palabras, la premura me haya empujado en un sentido, así que sea pues: procedamos con las carambolas y conduzcamos las intenciones casuales hasta el universo que don Pedro denominó El gran teatro del mundo, que en realidad es lo que artificiosamente representan sus señorías en el gobierno y sus señorías los aspirantes a ello. Conste que ambas señorías me abochornan, aunque unas más que otras. Sin reparo, sino más bien con contumaz insistencia, me avergüenza el papelón sin precedentes que estamos haciendo ante el mundo, especialmente ante el mundo más europeizado. Los actores de la izquierda y la derecha patrias han perdido la razón y los actores de más allá de la derecha y de más allá de la izquierda patrias, también. ¿Pura carambola? Quizá no...¿Tenemos lo que merecemos? Quizá sí...

Por la recurrencia de los enrevesados caminos que con cotidianidad eligen sus señorías, siempre me he preguntado por qué los políticos que viven y comen de la política, no se cansan de ejercerla durante las veinticuatro horas de cada día. Y también me pregunto que si se cansan, que alguna vez ocurrirá, para qué insisten en el intento? ¿Será, quizá la fatua animalidad política la que los mantiene idiotizados en la esperanza de que, alguna vez, un par o dos de suertudas carambolas los premien con lo que ambicionan, independientemente de sus verdaderos méritos transcendentes. Es obvio e indiscutible que dónde se pone una oportuna carambola, que se quite toda capacidad de esfuerzo.

Respecto de lo que expresa el anterior párrafo, no ha mucho viví muy de cerca la capacidad milagrera de las carambolas:

Sin entrar en interioridades innecesarias, tengo la dicha de contar entre mis amigos a un personaje curioso, Miguel, que así se llama, que durante años trabajó intensa y placenteramente para ser padre sin resultado. Las ambiciones de ser padres por vía natural de mi amigo y su esposa eran tales que el no conseguirlo los movió al divorcio, sin solución. Curiosamente, transcurrido un año, ella se quedó embarazada de su nueva pareja. ¿Hermosa carambola?

Coincidiendo en fechas, resulta que un domingo de julio de hace ocho años, mi amigo Miguel se encontraba parado en un semáforo cuando una dama, por distracción, arremetió contra la parte trasera de su automóvil. Del intercambio de datos propio de los accidentes, entre ambos nació una relación cuyo resultado terminó siendo siete hijos, uno por año, hasta el año pasado, que decidieron que ya era el momento de utilizar métodos anticonceptivos. ¿Carambola múltiple aspirante a un premio Guinness de los Records?

Volviendo a Calderón de la Barca y al Gran teatro del mundo, que nos legó como el escenario en el que todo sucede, y volviendo a las tribus políticas que rigen los designios de los votantes, y regresando a la insaciable perorata y a la estrepitosa cacofonía que condena al mundo de la oscuridad al mejor arte de la oratoria, de la dicacidad, de la palabra y de las ideas, y abundando sobre el mal ejemplo de nuestros supuestos próceres cuya misión debiera confluir en ser ejemplo para el pueblo llano, tanto desde el Gobierno como desde la oposición, me pregunto si a todos aquellos que se han visto beneficiados con nuestro boto, no les vendía bien un curso de milagros y, como añadido, un cursillo acelerado de carambolas que, en todo o en parte rectificaran sus lamentables desaciertos y recondujeran sus faltas de educación política con las que también nos vienen castigando en los últimos tiempos.

¿Hace una de carambolitas, señorías?