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Vernazza, una de las cinco localidades que forma Las Cinque Terre italianas, junto a Manarola, Monterosso, Corniglia, y RiomaggioreJavier Lerena

Gianni

Joao Manuel, que desde hace años se llama Gianni, habla español, francés e italiano como el hablante nativo más culto, o quizá mejor, Y es capaz de imitar todos los acentos

Comprendiendo «entorno» como un espacio físico, psíquico, temporal... acotado, es notable cómo el entorno nos determina. El pasado lunes, con más de un mes de retraso, le respondí a la misiva de un amigo que me vigila desde hace más de cuarenta años. Pretendiendo echar mano de un cultismo, porque sé que a él le gusta que lo haga, quise escribir la palabra ucronía, hermosa palabra, pero mis dedos conspiraron contra mi cerebro y escribieron Ucrania. Magia negra putinesca, quizá...

Según mi amigo vigilante, voy bien, pero nunca me lo explica. Este viejo amigo nació tarde y ello lo llevó vivir marcha atrás hasta que encontró su sitio. Desde que lo conozco vive escapado de siglo, a caballo entre el XVIII y el XIX, feliz en su mundo. Incluso entrado en años, muchos ya, sigue siendo una especialísima rara avis única en todos los aspectos de la vida. Quizá más que una simple rara avis sea la mismísima hipóstasis de las aves raras. Todo un personaje Joao Manuel que nació tripeiro, de ascendencia directa de los primeros habitantes de Portus Cale, un asentimiento a orillas de la desembocadura del Duero que dio lugar a la actual Porto, la segunda ciudad en importancia de Portugal que, además, fue el origen del nombre de nuestro país vecino. De aquel prístino Portus Cale, el Portugal de hoy. Tripeiro es el gentilicio popular de los habitantes de Porto.

A edad temprana, según él, unos ojos verdes traicioneros, por mal de amores, lo empujaron a abandonar Porto, primero y Portugal, después, para nunca volver. Nunca fue y sigue siendo nunca para este especial individuo genial e impredecible, que terminó borrando completamente de su memoria la lengua de Fernando Pessoa. Pareciere que algunos ojos verdes son incompatibles con la lengua portuguesa...

–¿Para qué la necesito...? –repite siempre.

Cuando abandonó Porto quiso sentirse español, «pero no supe serlo», aclara siempre; después, ante su fracaso, quiso ser francés, «pero no encontré mi hueco», matiza cuando ha lugar; pero a la tercera fue la vencida. Logró sentirse y ser italiano. Lo de ser y sentirse italiano ocurrió, lo uno, gracias a su pasaporte y, lo otro nada más llegar a Manarola, un mágico pueblo costero de La Spezia, en la Liguria italiana, con un incomprensible y enrevesado dialecto autóctono, el manarolese. Según mi amigo, a los diez minutos de llegar unos ojos oscuros y mágicos como la noche, según él venidos para alumbrarle la plenitud de la pechera y el contorno de las caderas a su depositaria, lo enamoraron sine die.

–¡Un prodigio...!, –exclama cada vez que la rememora, siempre envuelto en un denso bagaje de agradecida y amorosa entrega.

Paola, a la que yo conocí más tarde, aun más allá de sus proporciones físicas, ciertamente era un prodigio que nos abandonó hace nueve años lanceada mortalmente por un cáncer traicionero –odioso epíteto este que tanto procuro obviar–. Desde entonces, él habla con ella varias veces al día. Algunas veces, premiándome con el regalo de su confianza, lo hizo en mi presencia, pero yo nunca llegué a oírla. Él sí la escucha cada vez.

Joao Manuel, que desde hace muchos años se llama legalmente Gianni, habla español, francés e italiano como el hablante nativo más culto, o quizá mejor, Y es capaz de imitar todos los acentos, incluidos los más remotos, de España, Francia e Italia, tal cual lo haría el nativo más dotado. Y el no va más, amable leyente, no se lo pierda, apuntándole la primera palabra de una página par, al azar, del Diccionario de la lengua española de la RAE o del Dictionnaire de l’Académie française o del Grande dizionario della lingua italiana de la Accademia della Crusca, durante decenas de años fue capaz de recitar todas las palabras en orden desde la página elegida hasta la última de cada uno de los tres diccionarios, con mínimos fallos, y hasta sin ninguno la mayoría de las veces. La condición exigida para su siempre privada exhibición de iniciar por la palabra primera de una página impar nunca tuvo nada que ver con la magia, sino con la denominada memoria fotográfica. Y, ojo, con cada palabra podía expresar literalmente su definición sin error.

–¿Cómo lo haces, Gianni?

–Atención mediante y con mucho cuidado... –contesta sin darle importancia alguna a su milagro.

Gianni sigue escapado de siglo, entre el XVIII y el XIX.

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