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Un derecho natural

Hablando con paseantes de perros, tras el canto a su cariño y lealtad acaba saliendo el asunto de su limitado sentido de la obediencia: hacen caso lo justo y se reservan un espacio al que no llegan las órdenes, haciendo como que no oyen, una especie de fuero. No es descabellado imaginar que se trate de una práctica consustancial a cualquier biología individual, aunque solo la veamos en un ser tan próximo y humanizado como el perro. ¿Llamaríamos a ese espacio irreductible «derecho a la rebeldía» o «derecho a la desobediencia»?. La benéfica ficción llamada «derechos humanos» descansa al final en la idea de que somos un mundo aparte al de los animales, pero las voces de nuestro fondo animal suenan bajo la trampilla. Aunque las traduzcamos como ‘rebeldía’, ‘insumisión’ y hasta como ‘desmán’, en realidad nos libran de esa plena domesticidad que ni el perro acepta.

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