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El premio Nobel Mario Margas Llosa, junto con su expareja Isabel Preysler.

Lo que al pobre Mario le faltaba

La alta literatura se prueba en la hondura de lo escrito, y las profundidades más a mano de la condición humana son las de uno mismo. Por eso el escritor hondo (Vargas Llosa lo es) suele bajar para inspirarse a su pozo interior, subiendo de allí lo que encuentra, desde cosas sublimes a porquerías. El escritor púdico que no se atreva a hacerlo nunca dará la talla, pero al que sí lo hace le llegan a veces problemas con su entorno (familia, amigos, adoradores), sorprendido o escandalizado. Para guardar el equilibrio entre su íntima verdad y la respetabilidad de su personaje el escritor idea toda clase de procedimientos narrativos (transfiguraciones, suplantaciones, parodias, etcétera). Una parte de la creatividad literaria viene de ese esfuerzo, parecido al de la danza de los siete velos, pero siempre habrá un lector indocto en ese juego que vea ya al lobo, tal cual, en sus excrementos.

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