MIRANDO AL ABISMO

Programar la desidia

María Gaitán

María Gaitán

Cuando me siento a escribir estos artículos siempre intento mirar el mundo con algo de esperanza, procurando dejar a un lado mi escepticismo. Me está costando mucho en estos días. No encuentro casi ningún motivo para creer que el mundo pueda arreglarse.

En estos momentos sale a la luz mi vena existencialista, esa que comparto con Schopenhauer y Heidegger, esa que hace que vea a nuestra sociedad de la forma más objetiva posible. Cuando hablo de objetiva me refiero a la manera en que analizamos un objeto, como un vaso o una mesa. Así, tomando distancia y alejándome de los factores emocionales de la ecuación social, intento llegar a la raíz de nuestros continuos problemas, que no son más que los mismos que se repiten una y otra vez y que pueden resumirse en la desigualdad entre clases sociales, el racismo, la misoginia y la incertidumbre.

Por mucho que en la Declaración Universal de los Derechos Humanos se nos diga que todos los seres humanos tienen los mismos derechos, simplemente por ser humanos, no termina de entrarnos en la cabeza. Seguimos dividiendo el mundo en clases sociales, ricos y pobres, clase alta, clase media y clase baja. Y es aquí, en esta división arbitraria de los recursos, de las oportunidades a las que vas a tener acceso, donde radica el origen de la injusticia.

Nuestra sociedad es tremendamente injusta. Carga la mayoría de los impuestos y las consecuencias de la inflación sobre la llamada clase media. Nunca me ha gustado el término clase media, me gusta mucho más el término clase obrera o trabajadora, ya que en esta segunda nomenclatura entra lo mismo una limpiadora que una maestra. Y, a fin de cuentas, somos los obreros los que aguantamos el peso de la economía del país.

Es por esto que no puedo entender que ante la pasividad de nuestros gobernantes ante los problemas económicos a los que se están enfrentando muchos ciudadanos, problemas que derivan de la pandemia y que ahora se ven agravados por la subida de precios de todos los productos básicos, nosotros, los ciudadanos, no hagamos nada.

Decía Juan Carlos Aragón en la Serenissima «que si parlando no vale, la calle ti está esperando». Ya hemos hablado, hemos expresado como sociedad que no podemos con el aumento de todos los precios a la vez, y no se ha hecho nada, el gobierno no ha hecho nada. Nuestros padres y abuelos tomaron las calles para darnos la democracia y la posibilidad de decidir. A nosotros, ahora, parece que debido a la inmediatez con que lo hemos ido consiguiendo todo la desidia nos ha ganado la partida y ya no tomamos las calles. Una desidia que es premeditada por el sistema y que viene envuelta en las formas modernas de «pan y circo».

Supongo que quiero que este artículo sea mi acto de rebeldía, mi forma de recordarme y recordaros que el poder sigue siendo del pueblo, que la vida está fuera de Tik Tok y que las calles nos esperan.