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Ser o no ser uno mismo

Creo que fue Cortázar quien afirmó aquello de «cómo cansa ser siempre uno mismo». Si fue él, a saber a quién se refería, porque don Julio no lo pasó siempre bien en aquel París mágico en el que vivió y escribió la que sin duda fue su obra culmen. Rayuela, que, cuentan los chismosos ilustrados que estuvo a punto de llamarse Mandala, fue el espejo en el que Cortázar reflejó la vida de un París propicio para lograr la foto fija de la sociedad y del ser humano y, por extensión, al ser humano de todas las épocas.

Fuere como fuere, contemplada desde la gigantesca realidad pequeña de nuestro planeta, la afirmación de Cortázar no tiene desperdicio, porque el sistema nos enseña a vivir encorsetados en el traje del personaje que elegimos ser al dictado del propio sistema, que irremisiblemente nos aleja de nuestras esencias a veces transitando por veredas irreversibles.

Como habrá comprendido, amable leyente, el sistema hace uso de esa especie de manual corporativo que a unos nos enseña a comer con las manos y a eructar al finalizar el ágape y a otros, so pretexto de no convertirnos en proscritos para el mundo mundial, nos prohíbe taxativamente llevar a cabo ambas cosas, independientemente de las circunstancias. En realidad, la afirmación que le adjudico a Cortázar a la que me refiero sugiere una pregunta intemporal: ¿qué es ser uno mismo? Y justo ahí es donde radica el drama...

Durante el camino de la vida, trecho a trecho vamos moldeando al personaje que nos explica y explicita en función de nuestros distintos entornos y, a la par, vamos alejándonos del «uno mismo», cada cual del nuestro, que es personal e intransferible. Al margen de lo que acabo de expresar, para las ciencias de la salud mental el disfraz del personaje que creamos no nos disfraza, sino que nos revela y nos explica hasta el punto de que parte de la raíz de los trastornos y patologías psíquicas responden al detonante de confundir el sí mismo de la persona con el sí mismo del personaje.

No somos el resultado acumulado de lo que nos sucedió, sino de lo que elegimos ser a partir de lo que nos fue sucediendo vez a vez. La afirmación nos la legó Carl Jung, y seguro que el hombre se quedó descansando...

«Conócete a ti mismo (γνῶθι σεαυτόν)» es la instrucción que figuraba en el pronaos del Templo de Apolo en Delfos del que nos habló Platón. Y digo «instrucción» por cuanto que el alma profunda del aforismo residía en invitar a los visitantes a «conocerse a sí mismos» como paso previo a plantearle sus peticiones terrenales al dios Apolo. Llegado aquí, a este lugar del folio hoy quiero decir, se me ocurre pensar cuál sería la realidad de nuestras cámaras Alta y Baja si el precepto del Oráculo de Delfos fuera condición sine qua non para sus señorías como paso previo a recoger sus actas. Lo siento, de verás lo lamento..., al escribir la idea no he podido contener ni mi sonrisa ni mi risa por mi ocurrencia espontanea, posiblemente naif, pero en absoluto abstracta. Supongo que si trasladara el mismo ejemplo a la Asamblea Nacional Constituyente de aquel 4 de Julio de 1789 en la Francia recién nacida de la Revolución Francesa también habría sonreído y reído mais, bien sur, en français... Reír y sonreír en francés tiene su puntito picante.

En este preciso instante de algo estoy casi seguro. Me refiero a que si el aforismo del pronaos del Templo de Apolo hubiera también sido condición sine qua non en nuestra Cámara Baja, el señor Abascal no habría sido iluminado por los dioses del Olimpo para organizar la mamarrachada que, si Apolo no lo impide, tendrá lugar durante los días 21 y 22 de marzo en el Congreso de los Diputados. El gesto, más que explícito de una formación cada vez más difuminada que enarbola banderas, disciplinas e himnos, es el gesto propio de cualquier niño tonto y repelente de primaria que alardea de batallas entre los ruidosos indios shoshones fumados y los agresivos cowboys agintonados...

El inconmensurable ego del profesor Tamames, incapaz ya de sostener la bandera que ondeó el día de la legalización de Partido Comunista, perpetuará ante la historia que las estupideces entre disímiles son posibles cuando el egotismo de dos personajes se desborda.

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