Al azar

‘El señor del anillo’ se juega a una carta

Matías Vallés

Matías Vallés

En la mayoría de noticias contemporáneas, el único valor informativo es la sorpresa de que una banalidad de tal calibre ocupe el tiempo dedicado por el ser humano a interaccionar con el universo circundante. Así ocurre estos días con la última novedad galáctica sobre «El señor de los anillos», que en ningún caso es la obra de Tolkien sino la trilogía de Hollywood donde nos asombró Viggo Mortensen. O peor todavía, los juegos de cartas de mesa basados en el magma anterior. En la última edición se ha incluido la fabulosa y mágica cartulina Un anillo, edición única que se espera alcance una cotización millonaria. ¿Por qué? Porque así lo ordenan los creadores de la película y de los subproductos encadenados por su degradación.

Es decir, literatura fantástica lobotomizada para la gran pantalla, desmigajada en la papilla de una variante del parchís y que desemboca en una ilustración única, también en su fealdad sin competencia, que se pretende vender al precio de un Picasso. La autorreferencia elevada a la enésima potencia, sin que en todo el proceso pueda localizarse una brizna de coherencia informativa.

La importancia del periodismo que ahora llaman comunicación, en la fabricación de estos engranajes, consiste en aportar el engrudo emocional que canalice las lágrimas de la audiencia. El comprador de la carta solitaria y del solitario anillo no solo declara conmovido que «me temblaban las manos», al sostener el objeto sagrado. Sobre todo, señala con humildad que «estas cosas no le suceden a gentes como yo». A falta de aclarar si pretende concluir que «estas cosas no deberían sucederle a gentes como yo», o si solo aclara geográficamente que «estas cosas no le suceden a un canadiense». A continuación contrató a una agencia de comunicación, antes periodismo.

Si alguien encuentra un vínculo entre la obra de Tolkien y este cúmulo de despropósitos, merece un premio superior a la cotización de la famosa carta. Antes que el canadiense conmocionado por su súbita relación con la divinidad, una veintena larga de descarados habían alardeado de ser los propietarios del objeto mágico pero sobre todo único. Es decir, abunda la gente dispuesta a mentir sobre la propiedad de una carta de la baraja. En la edad clásica de la humanidad, a veces denominada siglo XX, este papanatismo hubiera sido la auténtica noticia.

Hoy no solo se considera relevante, sino trascendente, que la Tierra salga de su órbita para perseguir Un Anillo. El ejemplar de Canadá fue trasladado en avión a California para proceder a su autentificación. De nuevo, se trata de verificar un pedazo de cartón ilustrado, sin ningún mérito gráfico. La cultura se emplea como coartada mientras emergen sucesivas fiebres de los tulipanes, porque la peripecia de la carta única describe a la perfección el funcionamiento de Wall Street. Tener razón es coincidir con los demás.

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