Málaga de un vistazo

Velocidades

Jordi Cánovas

Jordi Cánovas

Hay cosas que pasan tan rápido que uno ni se da cuenta de cuándo pasaron, o las dejamos pasar, realidades que se cuelan en la realidad, en el día a día, a una velocidad que no da tiempo a reaccionar o condicionar su participación y para cuando nos damos cuenta ya están del todo asentadas y forman parte de nosotros como cualquier otra cosa de toda la vida. A veces uno mira atrás y no se parece en nada el mundo al de antes, al de todos o al de cada uno, pero es difícil identificar exactamente qué ha cambiado o cómo o cuándo. En qué momento dejó de ser normal tal cosa o comenzó a ser natural o frecuente tal otra, no se puede saber con claridad o certeza y cuando no se puede determinar el principio de algo se nos presenta y se acepta como si fuera así siempre. La resistencia al cambio que tanto nos caracteriza no se activa cuando el cambio no llama a la puerta y se presenta sentado en el sofá del salón con los pies sobre la mesa. Otras cosas, en cambio, se acercan con tanto sigilo y tienen un ritmo tan lento que se quedan en murmullo y poco más, no llegan a entrar puntualmente en la realidad más que en calidad de leve ilusión o débil amenaza, no se materializan, ni apenas avanzan y se quedan llamando a una puerta que nadie atiende. Al menos durante un tiempo. Porque lo cierto es que no importa la velocidad con que progrese algo o el caso que se le haga a nada, o a ciertas cosas, lo que sucede lentamente tan pronto se para y desaparece -si era una oportunidad- como se acelera y se adentra en la realidad -si era una amenaza- y lo que no atendíamos de repente se adueña del protagonismo, la necesidad o la urgencia.