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La pobreza invisible

Hay muchísima gente normal en una situación infame. Y quien no la vea y no se dé cuenta de ello es un majarón

Hay muchísima gente normal en una situación infame. Y quien no la vea y no se dé cuenta de ello es un majarón / L. O.

Gonzalo León

Gonzalo León

En medio de los debates políticos y las estadísticas económicas, hay una realidad silenciosa que acecha en la sociedad contemporánea: la pobreza invisible. Es una sombra que no se refleja en las calles llenas de luces, ni se escucha en los discursos oficiales, pero existe. Y no solo existe, sino que afecta a personas y familias que, a pesar de trabajar incansablemente, luchan por cubrir sus necesidades básicas.

Y quizá vaya siendo hora de romper con el estigma asociado a la pobreza. No se trata solo de gente marginal, estereotipada, vestida con harapos y distante de nuestras vidas. La pobreza invisible es la realidad de personas comunes, vecinos, amigos o incluso nosotros mismos, quienes a pesar de tener un empleo, luchan para llegar a fin de mes. Es una batalla silenciosa que se libra tras puertas cerradas y sonrisas forzadas.

¿Cómo es posible que en una sociedad donde se presume de avances y oportunidades, exista esta pobreza solapada? La respuesta es compleja y multifacética. El coste de vida, especialmente el de la vivienda, se ha elevado a niveles estratosféricos, dejando a muchas familias con un ingreso insuficiente para cubrir los gastos básicos. Los sueldos, lamentablemente, no han evolucionado a la par de esta escalada de precios, dejando a trabajadores honestos en un callejón sin salida financiero.

Imaginemos por un momento a esa familia que vemos cada día en el rellano del edificio. Ambos padres trabajan, cada uno con sus jornadas laborales agotadoras, pero al final de mes, el dinero apenas alcanza para los alimentos esenciales y los gastos imprescindibles. ¿Cómo es posible que, en una sociedad desarrollada, la gente que trabaja fuerte no pueda permitirse una vida digna? Pues así está la cosa.

El panorama se agrava cuando nos adentramos en las historias individuales. Hay casos de personas que, a pesar de tener empleo, se ven obligadas a elegir entre pagar el alquiler o comprar medicamentos. Otros postergan sus propias necesidades básicas, como la alimentación adecuada o la atención médica, para poder mantener a flote el hogar. Esta realidad no es una ficción, es la vida diaria de muchos, una batalla invisible que enfrentan con dignidad y sin alzar la voz. Y que sucede aquí. En Málaga. En la puerta de al lado. En la persona que se sienta junto a ti en el Metro o la que guarda cola en el supermercado. Hay muchísima gente normal en una situación verdaderamente infame. Y quien no la vea y no se dé cuenta de ello, es un absoluto majarón.

¿Qué podemos hacer frente a esta pobreza oculta? Primero, debemos reconocer su existencia. Necesitamos políticas sociales más efectivas, un sistema que respalde a aquellos que trabajan incansablemente pero que no logran llegar a fin de mes.

Es hora de eliminar el estigma asociado con pedir ayuda. Los centros sociales y las organizaciones benéficas son redes de apoyo vital para quienes luchan en esta batalla invisible. Debemos fomentar una sociedad compasiva, donde buscar ayuda no sea motivo de vergüenza, sino un paso valiente hacia el alivio de una situación difícil. Ejemplos de ellos, muchos en nuestro país. Y en Málaga, sin ir más lejos, el Comedor Santo Domingo se ha convertido en un referente reconocido a nivel nacional por sus acciones que van mucho más lejos que soltar un bocadillo por una ventana y sin preguntar.

Asimismo, es fundamental impulsar cambios estructurales que aborden las desigualdades económicas. Políticas que garanticen salarios dignos y accesibilidad a la vivienda, así como medidas que alivien la carga fiscal sobre los estratos más vulnerables de la sociedad. Y ojo, que todo esto puede resultar fantasioso, de Disney; pero salvo que aparezca una semilla que haga crecer una plata que produzca billetes, o el asunto pasa por el rescate de la clase media o la cosa pinta fea. Y es que la gente no puede conseguir un techo. Y se las ve y se las desea para poder alquilar algo, a precio de ahogo y con la botella de aceite de oliva a precio de oro y el combustible por las nubes.

La pobreza invisible no solo afecta las necesidades básicas; también tiene un impacto devastador en la salud mental y emocional de quienes la experimentan. Vivir constantemente al borde del precipicio económico genera estrés crónico, ansiedad y una sensación abrumadora de incertidumbre sobre el futuro para ti los tuyos. Y es que estas tensiones no solo repercuten en el bienestar individual, sino que también afectan las relaciones familiares y la estabilidad emocional de los niños, marcando su desarrollo de manera profunda y duradera.

Es crucial comprender que la pobreza no es simplemente la falta de recursos económicos, sino un ciclo complejo de desventajas interconectadas que dificultan la movilidad social. La falta de acceso a una educación de calidad, oportunidades laborales equitativas y sistemas de apoyo adecuados perpetúan esta realidad invisible. Romper este ciclo requiere un enfoque holístico, donde se aborden no solo las necesidades inmediatas, sino también las causas profundas que mantienen a las familias en esta situación precaria.

La solidaridad y la empatía son pilares fundamentales para abordar esta pobreza invisible. Es momento de que como sociedad nos unamos en un compromiso genuino por erradicarla. Desde el vecindario hasta el ámbito gubernamental, todos tenemos un papel que desempeñar. Cada historia de pobreza invisible es una llamada a la acción, una oportunidad para tender la mano y construir un mundo donde la dignidad, la justicia y la igualdad de oportunidades sean una realidad para todos. Debemos levantar la voz, no solo para visibilizar esta realidad, sino para impulsar medidas concretas que brinden esperanza y un futuro más justo para aquellos que enfrentan la oscuridad de esta pobreza que, aunque invisible, está presente en nuestras vidas. Ayuda al prójimo en lo que puedas. Preocúpate por los demás. No somos tontos. Y sabemos quién está apurado. Y muévete. Busca trabajo a quien lo necesite. Alquila tu casa a un precio justo. Está en nuestra mano parte de la solución. La otra se encuentra en el Congreso de los Diputados. Pero allí, en algunos casos, hay otro tipo de pobreza insalvable: la intelectual. Viva Málaga.