Notas de domingo

Fugacidad y sofá

Mercado de Atarazanas, este mes de diciembre.

Mercado de Atarazanas, este mes de diciembre. / Álex Zea

Jose María de Loma

Jose María de Loma

Lunes. Día 25. Navidad. Supongo que estas son las fábricas de recuerdos a las que hay que echar combustible: la cocina de la casa a la que hemos llegado está llena de gente. Unos hacen canapés, otros abren botellas, los hay que estorbamos y no falta quien destapa una olla mientras pregunta a qué hora comemos. Una mano amiga saca del frigorífico un par de botellines de cerveza fresca y salimos al jardín a disfrutarlos bajo un sol primaveral. Se oyen villancicos que vienen de la casa del vecino. A lo mejor conjura su soledad oyéndolos o tal vez tiene la casa también llena y está rellenando calamares, preparando bandejas de peladillas o escondiendo el buen whisky de un ávido cuñado. Nos sentamos a la mesa más de veinte, ya saben aquello que suele decir el escritor Ignacio Peyró de las mesas navideñas: están los que se asomaron a tu cuna y los que se asomarán a tu tumba. Algarabía. Van cayendo los langostinos y las anécdotas. Lo único nuevo de estos ágapes familiares son los selfies. Nos hacemos uno y otro y otro más. Y uno procura disimular su deseo de salmón ahumado, su ligera resaca, lo que aprieta el vaquero y hasta la sed de champán, qué cosas. Los niños ríen, que para eso, para reír están en la mesa. Es su misión. Así yo puedo consignarlo en este dietario y así debe quedar en la memoria de toda comida navideña, que también las hay sin niños, en cuyo caso hay que asignar el papel de reidor o reidora alguien jovial o jacarandoso, no chistoso necesariamente. Ríen los niños sí, y hacen planes para la tarde, que uno adivina sofalera o sofalista. La internacional sofalista podríamos fundar cualquier día. Cuando nos levantemos. De niño, estas tardes se le hacían a uno enternas. Hoy el tiempo es más elástico. Fugacidad.

Martes. Recibo una felicitación de Evaristo Guerra, que inaugura exposición en el MAD de Antequera que podrá verse hasta final de marzo. El tarjetón trae una reproducción de Atardecer en la vega de Antequera, un óleo de Guerra bellísimo y con su particular sello y estilo. Ah, qué pequeña felicidad ese sobre, abrirlo, leer las cálidas palabras de un amigo. Reposar un momento, paladear el texto, disfrutar de la ilustración. Nada que ver con esos whatsapp prefabricados, que sí, que pueden ser sinceros y de buenos amigos y que hasta uno mismo envía o reenvía. No es lo mismo, no.

Comienzo a trabajar. Escribo una columna que en realidad es un conjunto de aforismos. Aforismos navideños, se titula. Éxito moderado. El que más me gusta es: sigo siendo un niño pero la Navidad ya no es en mi honor. Ahora que lo releo no sé si es algo ñoño. Sin embargo, a varios amigos les hace mucha gracia este: a ver si con tanto ajetreo se nos va a olvidar la palabra alfajor. Turrones y mentecatos.

Miércoles. Me doy un garbeo por el mercado de Atarazanas y no sé si lo hago para comprar marisco o para tener asunto para la columna. Algo mareado por el gentío, salgo a caminar y a coleccionar pasos en la aplicación del móvil. Me cruzo con el poeta Pepe Infante. Es grande la tentación de echar la mañana caminando, saludando a amigos y conocidos, sentándome en cualquier terraza a ver la vida y la gente pasar. A la noche vemos Los Farad. Ambientada en Marbella, no está del todo mal aunque me va cansando. Amaya da en el clavo: como siempre, los mejores actores, los mayores: Pedro Casablanc y Fernando Tejero. Sin duda.

Jueves. El afán del día, teóricamente, es El holandés, novela de Elisa Ferrer (Tusquets), que viene recomendada. O tal vez, quede para el viernes. Feliz año nuevo, incluso.

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