Tribuna

Vergüenza ajena

Enrique García Lucena

Enrique García Lucena

En realidad, no tengo claro que sea ésta la expresión correcta, porque cuando el que provoca ese sentimiento es alguien muy allegado o con un vínculo importante, como puede ser la persona que representa tu país y cuyas decisiones te afectan directamente en el bolsillo o el pundonor, no debería considerarse alguien ajeno. En fin, elucubraciones lingüísticas aparte, lo cierto es que uno, como ciudadano español, no puede evitar sentirse indignado y atónito, ante las claudicaciones -tanto de cantidad como de calidad-, que este gobierno que nos ha tocado en suerte (manejado por un partido que no ha sido el más votado) ha llegado con los independentista catalanes y vascos, con el único fin de sostenerse en La Moncloa.

A fuer de justos, hay algo que, sin discusión, debe reconocérsele al presidente del Gobierno y es la increíble capacidad de apacentar un rebaño (dicho sin animus iniuriandi) tan variopinto y amplio (veintidós, lo que está nada mal –que se fastidie Milei, que sólo tiene ocho-: todo vale para disminuir el paro; eso sí, todos con su carrera terminada). Es inevitable recordar a Hitler, antiguo cabo y pintor fracasado, que como su compatriota Hamelin, pero sin necesidad de flauta, tenía engatusados a veteranos y brillantes generales, mariscales y almirantes, que no osaban poner reparos a sus estrategias de guerra.

Algunos miembros del gabinete Sánchez, todo hay que decirlo, han defraudado bastante, por lo menos a mí. Es el caso de esta señora tan seria, que lleva el negociado de Defensa, y que, por su cargo y su oficio (jueza, como es sabido) parecía que iba a dimitir ante tamañas concesiones. O la vicepresidenta Calviño, que, fiel al jefe, no ha dicho «para dos días que me quedan en este convento…» (se va, como es público, a Luxemburgo, como presidenta del Banco Europeo de Inversiones) y sigue defendiendo sus tesis y actuaciones, sin pestañear. El que tiene que estar echando chispas es Carlos Herrera, gran admirador de Grande Marlaska, al que en sus buenos tiempos, cuando era un juez valiente e implacable, contra las tropelías y asesinatos de ETA, lo llamaba Enorme Marlaska. Eran otros tiempos y la gente, claro, cambia (¿pero tanto?).

El nuevo ministro de Justicia, Presidencia, etc. el melifluo Félix Bolaños no se inmuta cuando, con su carita de niño bueno y empollón, asegura que su gobierno va a defender siempre a los jueces, mientras socios del mismo los ponen como chupa de dómine, los acosan y amenazan, porque han tenido el atrevimiento de juzgarles. No sé si Sánchez echaba en falta un personaje más contundente, que no anduviese con buenas palabras y florituras, pero desde luego lo ha encontrado en el nuevo ministro de Transportes, Óscar Puente, el último en llegar y, por tanto, deseoso de hacer méritos para ponerse a la altura e incluso superar a sus compañeros. Sin discusión, este hombre ha opositado con pleno éxito a ser el pitbull del presidente sin dejar de ser, curiosamente, aquel entrañable perrito de La Voz de su Amo. Algo así como El Dr. Jekyll y Mr. Hyd, versión Castilla la Vieja.

Fuera, todavía, del gobierno, encontramos a Santos Cerdá, cumpliendo funciones de correveidile. Es el Sancho Panza de un anti-Don Quijote, que ya se ve gobernador de alguna Barataria (en versión actual, un buen ministerio o embajada).

Tenemos que remontarnos a 1808 cuando un Napoleón victorioso manejaba España (en las personas de aquella irreal familia real: Fernando VII, Carlos IV y María Luisa de Parma) y sentir de nuevo la misma vergüenza que debieron sentir los españoles de entonces. El Bonaparte de ahora es un delincuente, fugado de la justicia y cobarde, que maneja como títeres a nuestros gobernantes, reclamando además un verificador, para darle legalidad al asunto. Sus exigencias, aparte de la amnistía, serían una entelequia, si no fuese porque sabe que están dispuestos a aceptarlas y ojalá que no pidan el desarme nacional, por ejemplo. Parece que lo de pretender que en la Unión Europea el catalán sea una lengua más, les ha fallado, aunque el Gobierno estaba dispuesto a correr con los cuantiosos gastos que ello supondría (que corriésemos los españoles, vamos) y menos mal, porque detrás vendrían, ¿por qué no?, el vasco, el gallego y quién sabe si el panocho murciano, el aranés, el extremeño de Gabriel y Galán,…¿para qué seguir?. Y, si hablamos de dinero, hay que recordar que el prófugo de Waterloo reclama al Estado Español casi 500.000 millones de euros por una deuda que por lo visto tenemos con él. Tocamos, redondeando y si no me equivoco, a unos 10.000 euros por cabeza. Yo, la verdad, no sé de dónde voy a sacarlos.

Y, cambiando de territorio y personajes, no olvidemos lo ocurrido en Pamplona: un pago diferido a Bildu, otros que tal.

En fin, la triste verdad es que estas gentes son, entre otras cosas, unos usurpadores, no sólo del socialismo sino también de su propio partido, el Partido Socialista Obrero Español.

Suscríbete para seguir leyendo