Opinión | Mirando al abismo

La gente

Las personas tienden a analizarse y juzgarse unas a otras constantemente. Además, hay que añadir a eso que nuestra parte animal mira las debilidades de los demás y cómo va a poder usarlas para su propio beneficio. Es nuestro día a día y el de nuestros semejantes. Ante este panorama desolador y frío cabe preguntarse qué debemos hacer nosotros, cómo podemos vivir desconfiando del prójimo todo el tiempo, con qué valores tenemos que educar a las nuevas generaciones. A poco que seamos un tanto fatalistas estas preguntas nos quitarán el sueño porque no tienen una respuesta fácil.

Hay un antiguo proverbio africano, procedente de Nigeria, que dice que «hace falta una tribu para criar a un niño». Aquí podemos apreciar el poder que tiene la comunidad en estos pueblos. Un niño necesita de la sociedad para aprender lo que está bien y lo que está mal. Interactuar con los miembros de su comunidad le dará al niño habilidades sociales, le ayudará a descubrir su potencial y a desarrollarlo. Pero, qué pasa entonces con la maldad, porque este proverbio habla sobre un ambiente seguro y saludable. Podríamos decir que la maldad aparece cuando la individualidad se sobrepone al sentido de comunidad, no hay que olvidar que somos animales de manada y que esta soledad impuesta por la sociedad de consumo y las tecnologías no nos beneficia, pero estaríamos mintiendo. Ya dijo Thomas Hobbes en el siglo XVII ‘homo homini lupus’ (el hombre es un lobo para el hombre). Hacía con esto referencia a que los hombres somos crueles y que en ocasiones no hay peor enemigo que los otros. Entonces, qué postura cabe adoptar, la de criar a un niño en una comunidad o la de que somos unos lobos los unos para los otros.

A lo largo de la Historia de la Filosofía ha habido numerosas posturas sobre la esencia del hombre. Rousseau, sin ir más lejos, decía que el hombre es bueno por naturaleza siendo la sociedad la que lo corrompe, pero teniendo en cuenta que la sociedad no es más que una suma de individuos con unos objetivos comunes, no parece que su postura pueda resistir el más mínimo análisis. Al final no importa si el ser humano es bueno o malo por naturaleza, lo que importa es qué hacemos día a día, si intentamos crear un mundo mejor y más justo.

No quiero pasarme el resto de mi vida desconfiando del otro, viéndolo como un ente extraño y con malas intenciones. No me queda más remedio que seguir haciendo actos de fe y seguir creyendo en la bondad humana.