Opinión | Tribuna

Aguas mayores

En la Costa Tropical de Granada, ni lejos ni cerca de Nerja, ni lejos ni cerca de El Ejido; un grupo de científicos ha dado con una ‘bolsa’ -así la llaman- de agua pura como el hielo

¿Quién roba el agua de los acuíferos?

¿Quién roba el agua de los acuíferos? / .

El tiempo, la sociedad, la política, las modas y hasta la comunidad de vecinos. Todo se polariza. Debe ser el signo de la era, de un primer cuarto de siglo que se ríe de los ‘millennials’. Las borrascas de marzo nos pusieron la miel -y la nieve- en los labios, pero la promesa de más y más lluvia cambia como el viento de enero. Del invierno al verano en un momento. Recalentado y torrefacto, abril pasa como un julio ‘ochentero’; aunque el vórtice polar nos manda ahora de nuevo a febrero. El agua que ahora no cae del cielo aparece bajo las estrellas del mar Mediterráneo, al sur del Guadalfeo. Ahí mismo, en la Costa Tropical de Granada, ni lejos ni cerca de Nerja, ni lejos ni cerca de El Ejido; un grupo de científicos del Instituto Andaluz de Ciencias de la Tierra (IACT) -Universidad de Granada/CSIC- ha dado con una ‘bolsa’ -así la llaman- de agua pura como el hielo. ¡Vete tu a saber si no viene de Lanjarón! Dicen que con potencial para ser aprovechada por los humanos en estos aciagos tiempos de polvo, calor y miedo.

El acuífero Motril-Salobreña te da sorpresas, como la vida; aunque nadie se atreve aún a echar las campanas al vuelo. Ya se sabe que los ‘pantanos’ subterráneos son un tema de fe -ya no los hace Franco, dicen los viejos, que vaya aburrimiento de ‘Paca’ después de tanto tiempo- y en estos asuntos primero hay que creer y luego ver; si bien es cierto que la ciencia está en ello. Los investigadores del grupo de Geociencias Marinas, que llevan años sobre el tema, llenan páginas de periódico y han saltado del barco a la prensa por causas de fuerza mayor. El tema es potente y los hectómetros cúbicos, pasadas las euforias de Semana Santa, vuelven a cotizar al alza. Su trabajo bien merece titulares. La noticia, que ha corrido como la pólvora, es un caramelo que mueve deseos e ilusiones en aquellos rincones a los que el agua del grifo ya no llega. Ahora va camino de los despachos institucionales y puede que, en breve, se convierta en un serial de ‘política ficción’ que termine en bucles eternos de promesas sin sentido que distan mucho de ser música para los que antes se recreaban con el aguacero.

Imaginemos a las delegaciones de cargos electos bajando de sus coches encerados para anunciar el inicio de las obras de aprovechamiento de la ‘bolsa de agua dulce’ bajo la mar salada sobre el lecho ‘Salobreñero’. «No hay desafío lo bastante grande que impida a una sociedad como la nuestra aprovechar un recurso esencial como éste», dirían algunos. «Estamos dispuestos a utilizar todos los medios y recursos necesarios para poner a disposición de la ciudadanía, de los agricultores y del tejido productivo esta reserva hídrica que está llamada a mejorar la situación de nuestras ciudades y nuestros campos», anunciarán otros. Y no pararán de subir y bajar a los Audis, de poner y quitar atriles y de lucir corbatas al viento, mientras al paisano de la parcela de enfrente se le fríen los chirimoyos o se le agostan la piernas, mientras enjuga la última lágrima que guardó de espaldas al sol con el último desvelo.

Quizás en ese momento y mientras todos se marchan, con el eco del argumentario de prensa aún en el cielo; se alce una voz desde la última fila que recuerde aquello de la coherencia perdida… «Y ya que estamos», a lo mejor dice el paisano «¿por qué no ponemos unas tuberías en la presa de allí arriba? -Rules se llama el embalse rebosante del deshielo-. Son 5 minutos de tuberías, poco más o menos». Se llena cada año para que hagan winsurf los de las gafas y el chaleco. Sí, allí donde brilla el sentido común, a un puñado de kilómetros más adelante en el valle del Guadalfeo. Es ese pantano ‘fantasma’ que lleva 25 años mirando al mar, que no se sabe para qué sirve salvo para embarrar. A ninguna administración de ningún gobierno le ha dado por meterle unos ‘tubillos’ -puesta en servicio le llaman a eso- para llevar el líquido elemento en caída libre hasta donde se fríen los árboles -frutales-, se cuartea la tierra y se ríen los turistas con una copa de vino blanco mirando al poniente, ¡que vaya atardecer bello! ¡Que va! Es mucho más fácil abrir un boquete en el fondo del mar para secar la ‘bolsa’ con todo el ‘mamoneo’. El sentido común del siglo XXI. La lucidez de los que ordenan, conceden y admiten a trámite. No puede ser, es demasiado fácil, demasiado bueno, demasiado simple, demasiado… efectivo… y sobre todo rápido. Pero como digo, no me crean. Aquí estamos tan sólo divagando, jugando a la ‘política ficción’. De momento es sólo un chascarrillo para jugar al veo pero no creo.

El agua es como la salud o el dinero. Sólo duele cuando falta. Pero hemos tenido mucha y por exceso y a nadie se le ha ido ocurriendo mejorar la gestión antes de que se pusiera todo feo. En un país de transición prácticamente hacia el desierto; seguimos esperando a que el maná caiga del cielo para que sean los ‘santos’ los que nos saquen del marrón, mientras los ríos fluyen con gusto hacia el mar en los dos tercios superiores de la España del chaparrón. Mientras tanto, consuélese imaginando bolsas de agua dulce, mirando al mar y entonando el tema de Charles Trenet: «La mer / Qu’on voit danser / Des reflets changeants sous la pluie…». Ya nos gustaría. Nos vemos en la playa. Mirando al mar.

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