Opinión | Tribuna

Prisas

Las prisas no son buenas», dicen los sabios. Sin embargo, todo el mundo corre olvidando que el lugar al que se llega es siempre el mismo. Nadie va despacio, charla con calma ni saluda con tiento. El tiempo, una ficción terrícola desacreditada por Einstein, tiraniza con mano de hierro. Ni siquiera las estrellas existen. Son solo el reflejo de la luz de una explosión que ahora vemos. ¿Cuándo comenzó a mandar el reloj; ese artefacto que acelera el pulso y afloja el nervio? La calma chica se pierde hasta en Semana Santa y los pasos corren con el impulso del mismísimo infierno cuando alguien advierte que se ha cumplido el momento. «Estar en el mundo sin ser del mundo», dijo un día el Maestro. Verdad como un templo después de haber sucumbido a las tempestades de los que van con viento fresco.

La postmodernidad, eso a lo que llamamos desarrollo, ha impuesto la aceleración colectiva y el bullicio sin remedio. La era ‘tech’ -con la Inteligencia Artificial ni te cuento- ha traído el correr sin sentido, el hacer por hacer -mucho y mal- y el no parar como signo de glamour del averno. Son argumentos tan débiles cuando los sostiene la manilla larga que cuando te bajas del carrusel eres tan solo un tío o una tía que no sabe estarse quieto con la mano en un libro durante una velada de invierno.

El ser humano es paradójico. Inventa máquinas y dispositivos para ahorrarse acciones que se miden en tiempo, pero luego se pone nervioso con las horas y minutos que le han librado de aquello. Entonces, comienza su baile de San Vito plagado de reuniones, compras, ventas, conversaciones, discusiones de ‘cuñaos’, partidos de fútbol y quehaceres absurdos para justificar el día completo. Ahí arranca su bucle sin fin para esquivar el miedo a dejar las piernas quietas y la mente libre de malos pensamientos. El terror de una vida en vacío. El mismo vacío que habita en la materia ‘oscura’ de la que se compone el universo. El que se abre paso entre las propias moléculas del organismo. El que dicen que llena la ‘España vaciada’. Que es sabia y sesuda porque la contemplación es una gran forma de conocimiento. Física Cuántica le llaman a esto. En España, como en Andalucía, existen oasis con horarios abiertos. Son oro puro. Lo compruebo al hilo de un proyecto documental que, paradójicamente, vamos construyendo en los espacios vitales que nos dejan las obligaciones, días interminables con aire nuevo. Me parece acertada la definición porque vaciada está, desde luego. En ella no caben tonterías, banalidades, reuniones absurdas y relojes que solo cuentan horas de producción sin calidad en el procedimiento.

Pensar implica calma y por eso la rapidez no suele hacer buenas migas con la materia gris. De ahí que sea mucho más brillante una agenda llena de tareas sin fin. El elogio del frenesí lleva implícito el amor por lo imparable; la locura de lo inabarcable. Se trata de un concepto lucrativo mande quien mande. Las farmacéuticas hacen el agosto con él. Pastillas de todos los colores: para dormir, para la tensión, para la vejiga, para las migrañas, para la espalda, para la ansiedad, para los problemas de reproducción porque el reloj corre tanto que o no hay margen para la intimidad o a los 50 ya mejor pensar en un fin de semana sin niños hasta la eternidad.

Medicamos los síntomas pero nadie va a la raíz del problema. La prisa es un negocio al alza que sube en tiempos de pujanza. Llena las boticas, las concesionarios, las gasolineras, los hoteles y los aeropuertos. Pero también las consultas de los médicos de cabecera, los hospitales, las unidades psiquiátricas -si es que existen en España- y el disco duro de mi doctora de cabecera a la que cito aquí con calma tras llamarme un viernes a las tres de la tarde por un diagnostico que no llegaba. Ni en los tiempos de mi primer currículum esperé con tanta ansia una conferencia colgada. No da abasto, pero cuenta con la empatía que es la antítesis de esta sociedad acelerada. Aún se puede encontrar en ambulatorios, centros de salud y ambulancias encendidas de madrugada.

Termino porque el tiempo vuela, es oro, el pasado no vuelve, el futuro no existe… Lo hago recordando la escena de ‘Forrest Gump’ en la que un Tom Hanks preadolescente corre por campos y ciudades y al pasar por la barbería del pueblo, el grupo de jubilados de turno que ya no cuenta horas ni minutos, exclama: «Hay que ver la manía del chico por ir con una carrera tan acelerada». Pues eso: «las prisas para los ladrones y los malos toreros», dijo un portero de discoteca durante una noche desmadrada. Me quedo sin tiempo. He de enviar el artículo. Me hago pis. Tengo dos llamadas perdidas en el móvil y no me he tomado la medicación. Buena semana. Las prisas no son buenas pero, ¿por qué será que ya nadie busca la calma?