Domingo luminoso. Domingo de Ramos. Desde muy temprano, comenzó a llenarse la iglesia de San Juan. En unos minutos, entre el revuelo que forma la presencia de Antonio Banderas, que vuelve a su cita con su «Niña de San Juan», me subo al coro del templo. Es un coro desde donde se presencia esa sinfonía coral que forman nazarenos, hombres de trono, banda de cornetas y tambores, prensa e invitados. Era el momento de hacer una panorámica, que recogiese ese instante, al son de Lágrimas de San Juan.

Y llegó la tarde. Hacía tiempo que no se veía tanta gente en la calle con ganas de procesiones. Entonces, caminando sobre mis pasos, busco ese respiro que necesito en la Catedral, donde la primera Virgen, la del Dulce Nombre, entra a hacer su estación de penitencia. Ojos color miel, manto verde mar. Mi intención es captar la belleza, dentro de la belleza de la Catedral. Un momento único, donde las voces de un coro de niños, hace más mágico ese instante.

Después de ese descanso en este brillante Domingo de Ramos, el barrio de la Trinidad, vuelve a ser protagonista. Sobre las seis y media de la tarde, el Cristo de la Esperanza en su Gran Amor, a paso corto, elegante, sin prisas, llena la calle. Me llama la atención un portador del B, con su capillo y sus ojos vendados. Sólo la Virgen de la Salud sabe el por qué de su promesa.