El pregón fue largo. Dos horas y nueve minutos de reloj. Al menos eso es lo que dice el reloj, porque la impresión es que pasó en menos tiempo. Rafael de las Peñas -Fali- confeccionó un instrumento de precisión con la palabra. Acostumbrado a buscar la perfección, la belleza y el buen gusto, el pregonero de la Semana Santa de Málaga aplicó esta sabiduría a un texto que tiene muchos pliegues. Ha mimado la palabra para hacer pasajes literarios, momentos emotivos, dobles sentidos, pequeños giros divertidos... Utilizó cada sílaba con la precisión con la que utiliza sus alfileres, una imagen que él mismo transmitió y que sirvió así para reivindicar de forma sutil el papel del vestidor.

Precisamente ese es el valor de este pregón: la sutileza con la que De las Peñas fue deslizando los temas. La necesidad de más formación cristiana, los peligros de dejarse llevar por la envidia y las luchas internas, la obligación de reivindicar la figura del nazareno, la transmisión de los valores entre generaciones, la labor social, la implicación de la Iglesia en las cofradías, la diversidad de la religiosidad popular... Algo más de dos horas dan para mucho. Y también se quedan cortas ante la palabra de Rafael de las Peñas. Este pregón invita a ser leído. La riqueza de lo que ha dicho y cómo lo ha dicho llama a una -o varias- lectura reposada y pensada del texto. Hay muchos pliegues, capas y recovecos en la intervención de De las Peñas.

Quizá un elemento llamativo fue la rendida devoción mariana del pregonero. Las palabras dedicadas a advocaciones como la Virgen de la Trinidad, Rocío, Esperanza o Virgen de los Dolores Coronada, por nombrar algunas, provocaron aplausos encendidos.

En total fueron 34 ocasiones en las que fue interrumpido por el público, que si bien empezó algo frío, pronto se dejó atrapar por la voz tranquila de Fali de las Peñas, rompiendo la barrera del primer aplauso con la referencia a Humildad y Paciencia.

Su propia personalidad se impuso a los cánones que se presuponen de lo que es un pregón. No hubo disonancias, sino coherencia. Ni gritos ni aspavientos, sino elegancia en el tono y sobriedad en las formas.

Fali de las Peñas, de hecho, reivindicó la cofradía en el sentido pleno de la palabra, como hermandad, ayuda, colaboración y mensaje cristiano como eje alrededor del que gira la vida. Su alegato a no caer en el esteticismo y vincular la forma al fondo tiene más fuerza por venir de uno de los grandes renovadores estéticos de la Semana Santa de Málaga en los años 80.

Ese cuidado en los detalles para ponerlo al servicio del mensaje se apreció en todos los elementos. Tanto en el mimo y cuidado que había en el texto, como en la primera parte, con el concierto de la Joven Orquesta Provincia de Málaga, que interpretó cinco marchas procesionales adaptadas a orquesta por Benito Pineda, una saeta compuesta por el propio Fali e interpretada por Luz María Muriana, y una pieza de Cavalleria Rusticana.

El escenario, de Miguel Ángel Blanco, destacó por su sencillez, con un gran corazón traspasado por siete puñales como elemento principal. De fondo un frontal de azahar, que transmitió su olor por el Teatro cuando se levantó el telón. El color era azul concepcionista, que se tornó en negro para hablar de la Virgen de los Dolores de San Juan