No sé si al despertar verás el azul del balcón infinito. Si sentirás el roce de una mano cálida que te lleva a la vorágine de calles llenas de almas sedientas. Tal vez conserves esa papeleta de sitio sudada en el bolsillo de tu camisa blanca que quedó atrapada entre el pecho y la túnica. No sé si los olores del azahar, de la barrica de La Casa del Guardia o la cera y los pollos de Pablo te vendrán por algún sumidero del nuevo hogar. Puede que recuerdes el jugueteo de la vela y el guante. Del globo que vuela y vuela, como tú y se atrapa en la rama de un ficus de otro país. Tal vez veas tus zapatos oscuros del trabajo e imagines una hilera de ellos dando el paso adecuado. Una barquilla en la mar. Suave. Sin tirones. Tal vez te venga la cuchillada del dolor en el hombro frío o la llaga en la cintura de apoyar la vida al cuadril. Si mirarás desde el anonimato a los miles de ojos que te observan, te evalúan, te comprenden o te ignoran. Si en la ausencia de los tuyos, valores los segundos en que pediste perdón por aquella tontería. Si subes una cuesta al son de tus locuras. Si en silencio intentas escuchar el silencio. Si arrastrándote de rodillas sales por el dintel de la memoria.

Puedes que recuerdes la noche de Reyes sin regalos. Las bolsas de golosinas y arreos para noche de sillas entre risas, besos de mamá, abrazos y lágrimas. El corazón te late al ritmo de Campanilleros o de Amparo. Sin darte cuenta, miras tras esos ojos LED de alta resolución con banda ancha y la habitación se mezcla entre humo y rayos de sol en la Alameda de la ciudad milenaria. Hueles la colonia de tu padre y compruebas cómo no se te han caído las manos. Los nuevos evangelistas que se confunden entre iconos sonrientes o llorosos, entre fotos y notas de audio te van contando por versículos los devenires del día en que tu alma se quedó partida en dos. Maldices y niegas tres. Trescientas si hace falta, por no tener más remedio que dejarlo solo. El sonido de las menciones en Twitter actúa como gallo. De forma humilde y paciente contemplas las hojas de un almanaque hasta la ansiada semana donde volverás por poco tiempo. Recuerdas cómo saliste de aquella Victoria lejana de un título universitario. Con la cabeza gacha y un chaquetón sobre los hombros, alguien dijo, he aquí él€ nuevo camarero...

Desde cualquier parte del mundo, un malagueño verá su pasión con el dolor de la obligada marcha. Maletas que pesan Carrión arriba. Sudores de sangre al intentar comunicarse en otros idiomas. Miedo a perder la salud y no estar cubierto. Alegría al entrar en un nuevo trabajo. Favores entre iguales. Humildad al tragarse una ingeniería mientras limpia platos. Paciencia cuando escucha a su madre pedirle que vuelva. Asustado de prenderse de alguno o alguna y tener que quedarse. Orando por la abuelilla. Derritiéndose cada vez que escucha el dulce nombre de Málaga. Siendo el paño de llantos de otros.

Nuestros hijos e hijas no están. No sé si serás cofrade, católico o ateo, pero en las eternas noche cálidas de la primavera me faltas. Ojalá esto acabe y al tercer día, mes o año vuelvas. Porque volverás. La campana llamará al puesto y estarás. Con otras visiones enriquecedoras. Tal vez con niños rubios de ojos claros que con su faraona y palma llamen la atención. O con cubata en mano salgas a la puerta de un bar a saludar con un guiño al que alguna vez que otra hablaste en la noche lejana de un lunes en Holanda. Mientras vuestro puesto está guardado. Todo comienza y sigue y gira y no para. Pero me faltas tú. Me queda la esperanza en mi gran amor por ti de que volverás.

@malakahin