ran las once de la mañana y ni siquiera hubo un atisbo de despertar. La Pollinica ya estaba en la calle desde hacía un buen rato, pero Morfeo no los soltaba de sus brazos. El Valium de anoche.

Sólo una presión vesical incontenible le hizo abrir los ojos. A su lado ella también dormía.

De repente un dolor más fuerte que cualquier dolor físico se apoderó de él.

Vació la urente vejiga , pero no pudo vaciar el dolor de su recuerdo. Intentó no hacer ruido pero la tapa de váter cayó sin querer y ella abrió los ojos.

Cuando entró de nuevo en el dormitorio supo que su dolor inmenso también era el de ella.

Hoy no iba a haber chocolate con churros temprano en Casa Aranda. Hoy no habría carreras hacia calle Dos Aceras para ver bajar a los niños con las palmas.

Hoy no había en la habitación del niño ninguna rebequita que estrenar. Ni zapatos de los que hacen rozaduras.

No habría discusiones sobre las chucherías. ¡Ni un caramelo más que luego no te lavas los dientes!

¿Algodón dulce? ¡Vamos ni loco! ¡Con lo que te manchas!

Llamaron a las niñas.

Al fin y al cabo había que seguir adelante. Por ellas. «Por ellas» decían todos.

Bajaron la cuesta en silencio. El coche ni hablar, ¡ ya no permiten aparcar ni en el puerto! El paseo es largo pero iremos andando. Hace una mañana de Domingo de Ramos excelente.

Sin embargo la luz malagueña no lograr quitar de sus ojos la sombra.

Es como una diapositiva que se interpone entre ellos y todo lo demás.

La diapositiva de Luis en el hospital.

Al llegar a la plaza de Torrijos alguien había dejado un de esas velas cubiertas de plástico rojo transparente con la imagen de una Virgen y una cruz hecha con la hoja amarilla de una palmera.

Recordaron el pasado día de Reyes en Málaga. Miguel se había ido de repente.

Al menos ellos pudieron tener a Luis algunos meses. Sin decir nada recordaron ambos a la vez los malos días en el hospital. Pero también les vino a la mente los momentos de esperanza. Las sonrisas de los médicos cuando daban una noticia positiva de la evolución de Luis. Sus ojos húmedos cuando las cosas se torcían.

Recordaron las mascarillas con una sonrisa impresa, la nariz roja y las batas estampadas de Payasos sin Fronteras. Las camisetas coloridas de los de AVOI. Las boinas de los paracas que fueron a verlo el Miercoles Santo del año pasado.

Luis había luchado, sus padres habían luchado, sus médicos habían luchado, los amigos los habían apoyado. Y todos habíamos colaborado en el tratamiento de Luis. Nos lo quitan de la nómina.

En la acera de enfrente le llamó la atención un tinglao.

La capilla del Noble estaba abierta y quiso entrar. El marido se asombró. «Dijiste que nunca más».

Ella se encogió de hombros, le tomó la mano y asió la de una de las niñas. Él agarró a la pequeña.

El Señor del Descendimiento aún estaba allí en ese momento antes de que lo pusieran en el regazo de su madre. Yerto.

Luego miró de nuevo el lugar del cirio votivo.

Entonces tuvo la necesidad imperiosa de correr hacia la Alameda. Ya habría entrado la Virgen del Amparo en el recorrido oficial ¡tenía que ver esa cara!

Él y las niñas la siguieron a paso legionario. Lograron colarse entre las sillas vacías (el Domingo de Ramos los guardas de la Agrupación son condescendientes cuando ven chiquillos).

La miró y supo que esa era la mirada con la que Ella miraba a Luís allí arriba.

Se vió reflejada en ella cuando ponía talco en el culito del bebé Luis, cuando le perdonaba, cómplice, una travesura, cuando le ceñía el cíngulo de la túnica.

De sus ojos desapareció la diapositiva que la nublaba y apareció la cara de Luis el día de su comunión, el de los sábados cuando jugaba al fútbol, el de la mañana de Reyes. La cara colorada de cuando decía mentirijillas. La cara esquiva de cuando traía regulares notas.

Le dijo al marido: «¡Vamos ahora mismo a casa Aranda a tomar chocolate con churros!»

Éste la miro extrañado ¡pero si es casi la una!

-Es igual, vamos, lo haremos rápido y luego iremos a la Misa de Palmas. Tenemos que dar gracias a Dios.

En Málaga, el Domingo de Ramos por la mañana hay una Presencia que no todo el mundo es capaz de notar. Muchos los llaman «inconsciente colectivo». Yo lo llamo Espíritu Santo. Y, a veces, nos deja ver, un poquito, el rostro de Dios.

@lasalasaeta