Cuando William Chislett (Oxford, 1951) llegó a España había más burros que tractores y su fe protestante colisionó con un muro en forma de catolicismo que le obligó a viajar hasta Gibraltar para casarse con Sonia. «¡Cuánto ha cambiado este país!», exclama 40 años después este periodista que publica ahora un libro sobre todo lo que todo el mundo debe conocer de España. «Aquí nadie dimite», se extraña en un perfecto español que suena a la BBC.

Señor Chislett, ¿ha seguido usted el nacimiento del biznieto de la Reina Isabel II?

Me he enterado a través de la BBC. No es algo que viva con el entusiasmo loco de otros británicos. Yo llevo más de la mitad de mi vida en España.

¿Cuándo llegó a Madrid?

En 1974. Tenía 23 años y vine por amor. Aquí estaba la que era mi novia y hoy es mi mujer.

¿Una española?

¡No, qué va! Sonia es de Oxford, como yo.

Así que vino a España por amor a una inglesa?

Yo había estado tres años y medio de prácticas en The Surrey Herald, un periódico de provincias. Nunca estudié periodismo. Tampoco aprendí español en una academia, algo que fue un error. No me he podido quitar el acento inglés. Vine a estar con Sonia y a dar clases de inglés. En octubre de ese mismo año nos casamos en Gibraltar.

¿Por qué en Gibraltar?

Yo soy protestante y vikingo puro. Sonia es católica, de origen escocés y armenio. En aquella época de Franco era muy difícil para un protestante casarse en España. No había bodas civiles.

Podían haber ido a Inglaterra.

Nos pareció más emocionante ir a Gibraltar. Luego pudimos volver a nuestro país, pero conocí a Harry Debelius, que era el corresponsal de The Times en Madrid. Me propuso quedarme y nos quedamos.

¿De qué lado se pone en el conflicto de Gibraltar?

Gibraltar es un anacronismo, pero estará siempre en manos de los británicos. Esta pelea es una estupidez porque la última palabra la tienen los gibraltareños. Cuando me casé, la frontera entre España y Gibraltar estaba cerrada.

¿Cómo era España en 1974?

Era gris y algo triste. En 1976 compramos una casita en un pueblo de Cuenca que se llama Buendía. El pueblo era casi medieval. La casa aún la tenemos y vamos todos los fines de semana a ella.

Si encontró un país gris, triste y en ciertos lugares hasta medieval, ¿qué le hizo quedarse en España?

Franco. ¿Qué podía haber más apasionante para un joven periodista extranjero que tener la posibilidad de vivir esa situación? Creo que acerté en mi elección porque nunca me arrepentí de haberme quedado en España.

¿Qué es lo que todo el mundo debe saber de España?

Que es un país que ha evolucionado mucho en estos últimos 40 años. Ha cambiado los burros por los coches, el catolicismo puro y duro por la aconfesionalidad y la represión moral por una permisividad absoluta. Sin embargo, hay algo que no ha cambiado: el nivel de ignorancia que hay en el extranjero sobre España. Es muy extraño porque no se conoce este país a pesar del ingente número de turistas que recibe cada año. Siguen muy vigentes los estereotipos.

¿Cómo desmonta usted esos estereotipos?

Dejando claro que los españoles no son anárquicos, ni violentos, ni perezosos, ni poco tolerantes. Además, existe un sector privado muy dinámico y no es verdad que el país se paralice para dormir la siesta de tres a seis de la tarde.

¿No hablará usted desde la pasión que siente por España?

No. En mi último libro repaso la historia de España desde la invasión de los moros en el 711 hasta nuestros días. Trato de acercar a los lectores a un país que ha cambiado mucho pero que aún no ha enterrado todos los fantasmas de un pasado reciente marcado por el autoritarismo.

¿Qué quiere decir?

Lo peor que tiene España es la miopía de toda su clase política y la corrupción. Aquí nadie dimite. Es un país donde hay muchas víctimas y pocos responsables. Al exministro británico Chris Huhne se le descubrió que años atrás había hecho una trampa con los puntos del carnet de conducir y no sólo dimitió, sino que fue a juicio y está en la cárcel. ¿Se imagina alguien un caso así en España? De ahí viene el descontento, quizás un poco exagerado, de los ciudadanos. Los españoles van de un pesimismo total cuando algo va mal a una euforia desmedida cuando sale algo bien.

Así que se cumple el tópico de apasionados e irracionales.

Eso son sólo estereotipos. Los británicos no saben que muchas compañías españolas se han hecho con empresas del Reino Unido. También desconocen que el Banco Santander es el más grande de la zona euro por su capitalización bursátil, ni que más de 20 multinacionales españolas son líderes en el mercado global.

¿Qué fallos perviven en este país que usted tan bien conoce desde hace 40 años?

Es cierto que algunas costumbres no han cambiado. Las instituciones no cumplen con su cometido. En España no existe aún la separación de poderes que sí existe en el Reino Unido.

También se refiere en su prólogo al ansia separatista de los nacionalistas periféricos.

Este no es el principal problema de España, es la corrupción, pero el separatismo histórico de lugares como el País Vasco, Cataluña o Galicia está ahí.

¡Como está el escocés en el Reino Unido!

Lo de Escocia y su supuesto deseo de separarse es bastante reciente. De todas las formas, no sigo ese tema.

Relata en su libro que cuando era corresponsal en The Times conoció al rey Juan Carlos.

Sí. El Rey hizo lo que tenía que hacer durante la transición porque, entre otras cosas, tenía que salvar su puesto. Durante muchos años nadie cuestionó su labor, ni la de su familia, y ahora es todo lo contrario. Hasta que estalló el escándalo de Urdangarin, parecía que todo era bueno en La Zarzuela. Todo era tan bueno que no se sabe muy bien qué ha hecho el Rey tras el fallido golpe de Estado de 1981.

También habla de su entrevista con un etarra.

En Biarritz entrevisté a ´Argala´, terrorista de ETA y uno de los responsables del asesinato en 1973 del presidente del Gobierno de Franco, Luis Carrero Blanco. ´Argala´ fue asesinado en 1978 en circunstancias similares a las de Carrero Blanco: con una bomba colocada por la ultraderecha bajo su coche en Anglet.