Nuevos hábitos

Una nueva generación de mujeres cambia las reglas de la Navidad: "No me enterraré en la cocina"

La familia Cornet Casals de Salelles prepara los canelones para Sant Esteve.

La familia Cornet Casals de Salelles prepara los canelones para Sant Esteve. / Lluis Majó

Germán González

Pese a que pueda parecer lo contrario, las tradiciones navideñas se pueden alterar y hasta omitir. Hace un año se hizo viral la historia de Caroline Duddridge, una vecina de Cardiff de 63 años que decidió cambiar totalmente la costumbre y pedir dinero a sus hijos y nietos si querían estar presentes en la cena de Nochebuena.

Aunque en un principio Caroline fue calificada por las redes sociales como la personificación del Grinch de Navidad, poco a poco su historia fue ganando adeptos. Así, explicaba que cobraba a sus tres hijos en función de sus ingresos y a sus nietos según la edad, ya que necesitaba que colaborasen con los gastos de la cena. Caroline buscaba un reparto "justo y equitativo", como explicó a los medios ingleses tras quedarse viuda en 2015.

Los nuevos hábitos familiares hacen que se decida cocinar menos o colaborar más en las comidas y cenas de Navidad

De pronto, descubrió que no podía hacer frente ella sola a los gastos de la cena de Nochebuena, la que cocina y ofrece cada año, y por eso pidió colaboración: “Al principio hubo algunas quejas de mis hijos, pero el plan de pago se ha convertido en una rutina navideña”. Antes del 1 de diciembre debe haber recibido el dinero para poder iniciar las compras de los productos y, a cambio, los invitados pueden elegir el menú.

“Sé que algunas madres se sienten culpables si no lo hacen todo y ofrecen una comida enorme sin que nadie pague, pero yo soy práctica”, explica Caroline, quien cambió una de las principales tradiciones navideñas como es que los cabezas de familia sean los anfitriones y asuman el gasto de los invitados a las cenas o comidas de estas fiestas.

Cambio generacional

Ya sea por cuestiones de economía, como el caso de Caroline; por evitar tener que limpiar y arreglar una vivienda ante la amenaza de un alud de invitados –por mucha familia o allegados que sean–; por negarse a quedar enterrada en la cocina sirviendo a la familia, como tradicionalmente han hecho las mujeres en estas fiestas; o simplemente por no tener habilidades culinarias, cada vez hay más cenas de Nochebuena o comidas de Navidad y Sant Esteve muy diferentes a las que se han vivido durante generaciones.

"Aún recuerdo a mi abuela cocinando el caldo del día de Navidad la noche anterior, a fuego lento tras echar verduras, carnes y huesos para darle sabor. Apenas dormía, ya que se iba levantando a controlarlo y luego, por la mañana, hervía los galets mientras hacía el segundo plato, siempre carne", explica Yolanda González. Narra que su abuela se encargaba de cocinar, aunque sus hijas la ayudaban con el aperitivo, y que se reunía toda la familia en su casa.

Además, Mercedes, su abuela, se encargaba de iniciar la compra de los productos navideños con dos meses de antelación. Primero los más imperecederos, como las latas de conservas o las frutas en almíbar que se usaban para la macedonia, para después pasar a los mantecados y turrones y acabando por la carne y verduras los días previos a Navidad, ya que antes se tendía a no congelar tanto.

Desigualdad

Ahora hay menos previsión, no solo para hacer las compras sino también para cocinar. Antes estas tareas domésticas, como las de decorar la casa, comprar los regalos o cocinar y recoger, recaían en abuelas o madres, que no solían trabajar, mientras que los hombres apenas colaboraban. Sin embargo, el cambio del roles en las últimas décadas y sobre todo la última ola feminista ha hecho que los trabajos del hogar estén más repartidas, aunque la corresponsabilidad aún quede lejos. Ahí están las cifras del CIS, que apuntan a que las mujeres aún se encargan más de las compras y de los adornos navideños y los hombres disponen de más tiempo para el ocio.

Así, los colectivos feministas remarcan que en la época navideña aumentan las "tareas domésticas " y se "refuerza el rol de género" de las mujeres como “trabajadoras del hogar”, por lo que acaban siendo ellas, empujadas por la tradición, quienes "se encargan de decorar, comprar los regalos e incluso cocinar toda la cena mientras que los hombres no ponen mucho de su parte", cuestiona la plataforma Todas Podemos. De ahí que denuncien esta desigualdad al tiempo que esta tradición se va rasgando.

Es indudable que el cambio generacional avanza y muchas mujeres se plantan a la hora de cargar en soledad los preparativos, por lo que apuestan por compartir, comprar comida preparada o irse a comer fuera. "Mi madre y mi abuela apenas salían de la cocina de Nochebuena a Sant Esteve y esa carga yo no la quiero para mí", explica Marta Ramón, que en los encuentros familiares pone la casa y el aperitivo, que compra su pareja. "Ya voy suficiente tensionada con el trabajo para encontrar tiempo para comprar los regalos y preparar toda la logística como para acabar enterrada en la cocina y no querer disfrutar de las comidas como el resto de la familia", añade Montse Salas.

Más allá de la brecha de género, algunas parejas remarcan que hay otros aspectos, como económicos o sociales, que influyen en decidir que no se quiere ser anfitrión: la comodidad, el incremento de precios, no contar con pisos adecuados para recibir a mucha gente o simplemente por falta de pericia para cocinar.

Mantener el espíritu

Claudia Gallego es la tercera generación en su familia, junto con su abuela Leonor y su madre, Gema, que se encarga de la cena y las comidas de Navidad. Cuenta que la tradición ha cambiado mucho, no solo en el tipo de productos que se consumen, sino también en organizarse para la celebración. Explica a este diario que antiguamente su abuela se ocupaba de todo. Primero iba al mercado de la Boquería y compraba en las mismas tiendas lo que se iban a comer, habitualmente carne mechada, un lomo relleno que se puede comer caliente, con una salsa, o frío, como un embutido.

Eso le permitía tenerlo hecho el 23 de diciembre junto con otros platos como empanadillas de boniato, ya que "se quedaba hasta las tantas de la noche con sus hijas mayores". El 24 de diciembre era el día de preparar la casa para los invitados, que oscilaban entre 13 y 15, bañar a los 7 hijos y acabar con el picoteo, como embutidos, que iba antes del plato principal. Al final se acababa la cena de Nochebuena con polvorones, mantecados o mazapanes. Claudia relata que a veces el menú variaba y se comía pollo relleno durante esa cena y que el día de Navidad acababan con los restos.

Solidaridad vecinal

Pero la tradición ha cambiado. Este año su familia se reúne, pero cada uno lleva un plato o bien compran productos, como embutidos, los que no saben cocinar. Se reúnen unas 30 personas y entre todos colaboran. Claudia cocinará en Navidad caldo con 'galets' rellenos de carne y en Sant Esteve un pollo con hojaldre, aunque también compra muchos productos que pone en la mesa como canapés.

Sin embargo, pese a los cambios en la Nochebuena, lo que mantiene intacta la familia de Claudia es la generosidad. "Antes la gente era más solidaria con los vecinos", explica para referirse a una ocasión, hace muchos años, en la que decidieron no cocinar y comprar pollos a l'ast, "cuando no era habitual". Resulta que aquel día llegó el abuelo, que era practicante, y vio que en la mesa había mucha comida y dijo: "'Mira que bien estamos aquí todos, vengo de una casa en la que la mujer se lleva a sus cuatro hijos a la misa del Gallo porque no tiene comida para ponerles". Tal como dijo eso se levantaron varios de la mesa, dejaron algunos pollos, ya que había unas 30 personas, y llevaron unos cuantos a casa de la mujer. Es una anécdota que también habla de la diferencia de los tiempos, la gente en esa época era más cercana o se preocupaba más por los vecinos", explica Claudia. Hay tradiciones que es mejor que nunca cambien.