Erasmo Iacovone era uno de esos centenares de futbolistas que parecen condenados a construir sus carreras deportivas en categorías secundarias, en estadios con poco público y en terrenos de juego en malas condiciones lejos del foco de los grandes medios.

Con un poco de suerte suelen llegar a convertirse en los ídolos de una pequeña localidad, conseguir una vida cómoda, cierta fama y una retirada digna que permite de vez en cuando recibir el saludo de un viejo aficionado al cruzar la calle un día cualquiera.

Ese era el camino que seguía este delantero hasta que el modesto Taranto se cruzó en su camino. Iacovone comenzó a jugar en el OMI de Roma.La suya no es la clásica historia del futbolista que aparece siendo adolescente en la Primera División e impresiona por su desparpajo o astucia. Al contrario. Erasmo debuta en la Serie D con 19 años.Nadie ve nada especial en él. Es un tipo de poco más de metro setenta de estatura, fuerte, de piernas cortas pero potentes, intenso pero no muy rápido. Sí tenía algo diferente al resto: su remate de cabeza y la fe con la que buscaba los centros de los compañeros.

De todos modos, no parecía que aquellas condiciones le sirviesen para alcanzar un lugar destacado en el fútbol. Pero su insistencia le permitió subir poco a poco escalones en Italia. Sin grandes saltos, con la modestia de su fútbol y de su comportamiento Iacovone se hizo un sitio. Ayudó al modesto Carpi a promocionar a Serie C lo que le abrió la puerta en esa categoría del Mantova, club en el que anotó 24 goles en dos temporadas.

Entonces, en 1976,cuando tenía 25 años,llegó la llamada del Taranto que se encontraba en la Serie B. Se trataba del modesto conjunto de Tarento, ciudad situada en el sur de Italia, en el tacón de la bota, que navegaba tradicionalmente entre la Serie B y C, pero que soñaba con consolidarse algún día en la categoría de plata. Iacovone entraba en esos planes. El delantero encajó bien con el club rossoblu y en la ciudad. La gente le apreciaba.

En su primera temporada no hizo demasiados goles, pero el público agradecía su esfuerzo. Erasmo no era un prodigio, pero su ansia por marcar le llevaba a mejorar constantemente. Era el clásico delantero que no dejaba un segundo de paz a los defensas.

A comienzos de la temporada 1977-78, las cosas mejoraron aún más en el Taranto. Un técnico modesto, Tom Rosati, construyó un equipo competitivo que además encontró un filón en los goles de Erasmo Iacovone. Aquella temporada se destapó. En aquel tiempo los partidos de la Serie B eran mucho más cerrados que ahora y casi siempre se resolvían por pequeños detalles.

Para el Taranto ese «detalle» muchas veces era la cabeza de su delantero. En la ciudad comenzó a crecer el sueño de que el equipo podría ascender a Serie A. El público llenaba el estadio de forma entusiasta. El equipo se movía entre la segunda y tercera posición de la clasificación, algo impensable, cuando alcanzaron la trigésima jornada.

El 7 de febrero de 1978 el Taranto se impuso a la Cremonese en su estadio por 1- 0. No marcó Erasmo que se estrelló dos veces con los postes por lo que abandonó el campo con cierta sensación de amargura. Cosas de delanteros.

Pero el sueño crecía de forma imparable. Unas pocas jornadas más y el Taranto iba camino de la promoción a la máxima categoría del fútbol italiano. En el vestuario, tras el triunfo sobre el cuadro de Cremona, Iacovone acepta la invitación de un amigo para ir a cenar en el restaurante «La Masseria», en San Giorgio Jonico, a muy pocos kilómetros de Taranto. Salen del local tarde, ajenos a los que está sucediendo a las afueras de la ciudad. Allí se acaba de organizar una intensa persecución. La Policía sigue a un Alfa Romeo 2000 que conduce el joven Marcello Friuli, quien acaba de robar el automóvil. Conduce a toda velocidad y en su intento por eludir a los agentes apaga las luces del coche con la intención de despistar a sus perseguidores.

Cuando Iacovone se incorpora con su coche a la carretera no tiene tiempo para advertir la presencia del Alfa Romeo a toda velocidad. El impacto es brutal y el cuerpo del futbolista sale despedido a más de veinte metros. Las asistencias actúan rápido al presentarse la Policía en la escena a los pocos segundos, pero no tardan en darse cuenta de que la gravedad de las lesiones es enorme.

Es conducido a un hospital donde solo pueden certificar la muerte del futbolista. La noticia supuso una tragedia para la modesta Tarento y para el Taranto. Sus compañeros trataron de levantar el ánimo y pelear por el dichoso ascenso, pero fue imposible. Les faltaba espíritu y los cabezazos de Erasmo.A partir de ese momento iniciaron un lento declive que unos años después llevó a la desaparición del club y a su refundación en una nueva sociedad.

El club malvive en la Serie D y el estadio, que ahora se llama Erasmo Iacovone, no volvió a vivir tardes como aquellas de 1978, cuando la ciudad soñaba con ver a los jugadores de la Juve paseando por sus calles.

En Tarento aún se preguntan qué hubiese sido de su fútbol si Marcello Friuli no hubiese robado aquel maldito Alfa Romeo que se llevó por delante la vida del futbolista y la ilusión de toda una ciudad.