Por su fisonomía, el Unicaja es un club diferente. Y también inmovilista. Para lo bueno y para lo malo. La toma de decisiones se deja siempre como último recurso. Y, cuando se adoptan medidas excepcionales, es porque ya se han agotado todas las vías... de espera. En lo positivo (que es muchísimo) y en lo negativo, nuestro club es de una tremenda singularidad. La cúpula la decide el propietario, que es la entidad financiera. El presidente es un empleado de la Caja cuyas labores, en teoría, se limitan a la gestión económica y organizativa. Y se apoya en un consejo -todos, también, profesionales de Unicaja Banco- que escuchan mucho y deciden poco. El presidente, que suele tener un plazo de tres o cuatro años de mandato, representa al club ante los órganos de poder fáctico: ACB, Euroliga y Federación. Quizá ahí llega el primer error organizativo. Lo ideal es que un hombre de básket, de un perfil distinto al de un gestor de la Caja, conduzca esas tareas. Son caminos complicados, repletos de asaltantes sin piedad ni escrúpulos, que huelen sangre y van al cuello. Un gestor externo, dependiente del presidente, pero con conocimientos del mundillo casaría mejor con la idiosincrasia del puesto. Candidatos, a bote pronto, muchos. Con esa función específica. Únicamente con mando en materia de relaciones con el sector y en tareas deportivas, lo verdaderamente clave para el aficionado. Él sería una primera piedra a la que unir la de un director deportivo, que trabaje junto a ese hombre fuerte que posea capacidad de gestión y contactos con árbitros, clubes, ACB y Euroliga. En el club manda el presidente, con la ayuda del gerente, ambos máximos responsables de la parcela económica y organizativa. Y de ese tridente ya saldría un entrenador de consenso, con respaldo, con autoridad y siempre resguardado bajo el paraguas del club. A partir de ahí se pare una plantilla meridianamente clara: tres jugadores muy resolutivos y de grandísimo nivel -ya sabemos que ni podemos fichar a Navarro ni a Rudy ni a Spanoulis, pero sí a Fran Vázquez-, cinco de perfil medio-alto (dos cupos al menos) y cuatro canteranos. Concepto irrebatible: Si se lesiona un «jugón» hay que traer otro «jugón». Y vía libre para la cantera. Cuatro por norma. Se motiva a la base y se logra liberar masa salarial para definir claramente los roles y afrontar las fichas altas de esos tres jugadores determinantes. Dos exteriores y uno interior. Y cuando la pelotita entre y se actúe con coherencia, la afición volverá al Carpena. Es la ley del deporte. La medicina, como diría Jasmin Repesa, está bastante clara. «Ganar, ganar y ganar». Que la aplique el siguiente en ocupar el banquillo verde. A él le quedan tres meses.

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