Dos horas y 20 minutos después de que el balón se lanzara al aire por primera vez en el Martín Carpena, el Unicaja levantó los brazos, henchido de orgullo y honor, al cielo malagueño, impulsado por el aliento de 9.194 incondicionales, catapultado por un espíritu indomable de superación, indómito al desaliento y a la rendición. Había superado al FC Barcelona. Le había triturado en tres cuartos encomiables, sobrevivió al atasco del último acudiendo al tiro libre y alguno incluso desfiló escaleras arriba cuando Vezenkov le puso los clavos en el ataud con un triple (72-76), con 36 segundos para el final. Ni esa tesitura tan negra hizo bajar los brazos del Unicaja, que forzó la prórroga, sin aliento ya, todo corazón.

Con honor y esa pizca de suerte con el que se cocinan las gestas. No hincó la rodilla el Unicaja nunca ni bajó los brazos como hubiese hecho el pasado curso. Logró el éxtasis en una jugada variopinta a falta de siete segundos entre Smith y Fogg, con autopase de Smith al cuerpo de Perperoglou, con un pase que olía a chamusquina y un intento triple imposible en el que Fogg se encontró una falta de Rice -su quinta- a 0,1 segundos. Esa concatenación de acciones tan extrañas llevó un partido que estaba perdido a la prórroga. Con fe e ilusión. Con dosis de realidad que superaban la ficción. Y con un Martín Carpena que volvió a vibrar como antaño, que volvió a llevar en volandas al equipo, a apullar al rival y a exigir a los árbitros.

¿Quién dijo que era imposible? ¿Quién enterró al Unicaja antes de tiempo? El Unicaja tiró de heroica para derrotar al Barça. En el tiempo extra no hubo color. El Barça llegó sin los eliminados Rice, Vezenkov y Dorsey. Y el Unicaja aterrizó con Fogg como una moto y con un tiro libre de regalo por técnica al desquiciado Bartzokas. Tiro libre a tiro libre (los verdes lanzaron 41 -35 dentro- y los blaugrana, 26 -19 aciertos-), el escolta americano llegó a los 29 puntos y tumbó al rival culé. Un Barcelona que llegó herido, es cierto. Y con muchas bajas, también. Pero con una plantilla que quita el hipo, con dos bases de primerísimo nivel -Rice y Koponen-, Tomic y Dorsey por dentro y con Claver ya de vuelta y el temporero Holmes sustituyendo a Doellman. Sus armas fueron totalmente eclipsadas por el Unicaja anoche. «Esta cancha cuando aprieta, aprieta», dijo el propio Joan Plaza a la conclusión, a preguntas de la prensa. Un Carpena espectacular, que acunó a Alberto Díaz para llevarle a sus altares del cariño y la admiración.

Representa el pelirrojo todo lo que se echa de menos en estos tiempos tan raros. Transmite todos esos valores añorados y perdidos, y su conexión con la grada es brutal. Hace cinco años pasó por la derecha a Rowland. Tras hacer mili en Bilbao y Fuenlabrada regresó a Málaga. Se ganó un puesto, a pesar del «debate» por Jon Stefansson. Volvió a adelantar a su competidor, DeMarcus Nelson, y este curso ha hecho lo propio con Oliver Lafayette. Lo suyo es curro, curro y curro. Para anotar esos triples que antes no entraban, para robarle la cartera al mismísimo Koponen, para ser parte importante de este Unicaja. Para haberse convertido en su base más fiable.

Ocurre algo similar con Kyle Fogg. Tras su atracón ante el Budunost (31) demostró ante el Barça, con otros 29, que está para retos mayores y menores. Lo suyo también tiene esa «pizca» de... ¡Llámenle como quieran! Con Nedovic y Jamar Smith insustituibles y titularísimos, la desgraciada lesión de uno y el parto de la mujer del otro le han dado un sitio como escolta que le han hecho rendir al nivel que se le esperaba. Es cierto que todos nos preguntamos por qué Plaza le mandó a él defender a Rice, estando Alberto en pista, pero doctores tiene el Carpena.

Los verdes aprovecharon otra vez ese «factor Carpena» para agarrarse al partido, con 40 minutos con más altos que bajos, pero en los que el orgullo, las ganas y el hambre de los cajistas pudo con la clase, el talento y el poderío de los blaugranas. El equipo regaló a su afición otra noche inolvidable. El Carpena vibró al compás de cada arreón de su equipo. Y con eso me quedo. Porque ayer era domingo por la tarde, llovía a mares, hacía frío... Todas las excusas que se quieran meter en la mochila estaban en la estantería, listas para ser utilizadas. Pero el Palacio tuvo la mejor ocupación del curso. Más de 9.000 aficionados, que se lo pasaron pipa. Estoy convencido de que sin esas 9.000 gargantas, los árbitros se hubiesen tragado el pito en el triple de Fogg con falta de Rice. Pero había fuego en el Palacio, con un Unicaja que no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer, ni tras ese triple de Vezenkov.

El triunfo tiene un sinfín de vertientes positivas. El equipo ha ganado su cuarto partido consecutivo, algo que tiene mérito tras los dos trapiés de Murcia y Badalona. Y va a servir para convencer al plantel de que va por el buen camino y también a la grada de que, en tardes de domingo con lluvia, en el Carpena se está cojonudamente bien viendo buen básket. Es mucho más importante de lo que parece el apoyo al equipo. Aunque aquí el club y sus formas también tienen mucho que decir y hacer. La victoria es un chute de moral y de autoestima colosal. Llega, además, en un momento muy importante.

Porque el Unicaja ya es quinto en la ACB, ha dado un paso al frente brutal para ir a la Copa del Rey de Vitoria y ahora debe ir a por el liderato del grupo en la Eurocup. El miércoles visita al otro «coco» de su grupo, el Bayern Munich. Y el domingo toca hacer bueno el alegrón de anoche ganando en Manresa. Eso sí, disfruten de lo de anoche. Porque fue una pasada.