El proximo fin de semana arranca la liga de baloncesto más extraña de la historia. El bote del balón retumbará con inusitada nitidez en los pabellones. Comienza un año diferente en el que todo gira alrededor de la seguridad sanitaria. Las competiciones y la planificación deportiva de los equipos se han articulado a partir de complejos protocolos que cambian constantemente. En las oficinas de los clubes aún siguen cuadrando presupuestos mientras luchan con la amenaza de la incertidumbre y la tristeza de tener las gradas vacías. Tanto hemos cambiado que incluso el mercado estival de fichajes ha sido mucho más aburrido de lo habitual.

El balance final del ejercicio anterior para Unicaja fue cuanto menos irregular. El gran objetivo declarado de la Euroliga se esfumó a causa de la dichosa pandemia. Estuvimos a un tris de alcanzar las semifinales ligueras, aunque se nos escapó de una forma muy dolorosa en los últimos minutos. Unos meses antes habíamos conseguido recuperar el aura mágica de las grandes noches del Carpena gracias a un brillante torneo copero. Disfrutamos sorprendidos con los ambiciosos fichajes de Brizuela, Bouteille y Mekel que dieron una nueva identidad al equipo.

Pero tras un verano atípico (con la única incorporación de Abromaitis y unos resultados poco convincentes), la marea verde está expectante por comprobar si la apuesta por el compromiso y la continuidad ofrecerá más garantías que el anterior proyecto de Luis Casimiro apoyado en la polivalencia y el atleticismo. La afición local necesita recuperar la ilusión y la mejor forma de hacerlo viene al comprobar que nuestra plantilla vuelve a contar con «ADN Guindos».

Con la cantera por bandera, Unicaja vuelve a contar con un trío de malagueños sobradamente capacitados para liderar un nuevo rumbo. No es la primera vez que ocurre, pues hace veinte años el sabio Boza Maljkovic apostó por los eternos júniors de oro en su proyecto que terminó ganando la Copa Korac con Berni de capitán. Curiosamente el nuevo tridente guarda algunas similitudes con el original, aunque la comparación debe verse como una versión actualizada del siglo XXI.

Si analizamos la posición de base podemos contar con una dupla perfectamente complementaria. El incombustible Carlitos Cabezas representaría el talento y la eficacia ofensiva, mientras Alberto Díaz asume con brillantez los galones de la defensa cajista. Es un tío trabajador, sensato y con mucho baloncesto en su interior. Díaz ha mejorado su selección de tiro y por fin cuenta con un compañero de posición de garantías. Su intensidad y robos de balón han sido la mecha que encendía la grada en los momentos difíciles. Afortunadamente tenemos pelirrojo para muchos años.

Rubén Guerrero debe confirmar el fantástico rendimiento que ofreció durante un par de meses. En las antípodas físicas y técnicas de Germán Gabriel, contar con el pívot caraqueño como entrenador ayudante tendría que servirle para incorporar un mayor registro ofensivo en pos de consolidarse como un interior de categoría en el panorama nacional. Tras superar su temporada de adaptación, el gigante marbellí tiene que garantizar un rendimiento más constante. Fuerza, intimidación y minimizar errores son sus principales cualidades. Gran parte de la responsabilidad de limitar el acceso a nuestro aro recae sobre su espalda.

La más grata sorpresa de estas últimas semanas ha llegado con el fulgurante estreno de Francis Alonso con la camiseta verde. Después de un año muy convulso, Francis debutado mostrando un acierto excelso desde la línea de 6,75 jamás visto por estos lares. Tradición familiar, decisión y unos fundamentos exquisitos podrían ser sus similitudes con el gran capitán Berni Rodríguez. Alonso se ha convertido automáticamente en nuestro «combo» con denominación de origen.

Sin querer poner límites ni presión a una unión que empieza a forjarse, el trío formado por Alberto, Francis y Rubén debe convertirse en la columna vertebral sobre la que asentar el proyecto de Unicaja. Un proyecto consolidado a partir de la cantera, talento, carácter y compromiso, que busque recuperar la comunión con la grada como objetivo primordial y donde la ilusión no se quede en palabras huecas ni nos escudemos en objetivos indefinidos. La historia y la memoria del baloncesto malagueño lo merece.