«Él era la lámpara que arde y alumbra y vosotros quisisteis recrearos una hora con su luz», reza en uno de los versículos del Evangelio según San Juan. Lo normal en los cementerios es que por el Día de Todos los Santos, el 1 de noviembre, arda la cera para dar luz a los nichos. Sin embargo, en pleno casco histórico de Algarrobo, la iluminación de cada tumba es perpetua, «eterna», porque llega a través de la red eléctrica y basta con pulsar un interruptor.
«Por aquí han pasado trabajadores de funerarias que han recorrido todo tipo de cementerios y la primera vez que llegan siempre te dicen lo mismo, que no conocen nada parecido. Cada nicho tiene un cable, como se puede ver en la mayoría de los últimos 250 recién construidos, y así no es necesario utilizar velas u otro tipo de elementos como lámparas de aceite, que antiguamente se usaban para iluminación», apunta el sepulturero municipal, Francisco Camacho.
Las entrañas de cada pabellón en este camposanto axárquico son únicas, con un extenso entramado de tubos y cables que requieren de la mano experta de un electricista. Tampoco es fácil instalar las lápidas, porque los empleados de las funerarias deben acudir provistos de un cable para conectar la toma general al aparato eléctrico que requieran las familias.
Hace más de medio siglo, relata Camacho, «siendo Pepe Ariza alcalde, se le ocurrió tirar un cable desde su casa para iluminar con corriente eléctrica el nicho de sus familiares». Así empezó todo. Los vecinos quisieron disponer de la misma «comodidad» y lo que partió de un hecho anecdótico se convirtió en costumbre.
Este singular servicio público le confiere a este camposanto la posibilidad de ampliar, por ejemplo, las jornadas de iluminación en las fechas festivas de noviembre: «Lo normal en otros pueblos es que los nichos estén encendidos un par de días. Aquí, con la red eléctrica, es tradición que lo estén del 1 al 9 de noviembre, con horario al público de ocho de la mañana hasta que se vaya la última persona por voluntad propia», agrega el sepulturero.
