«Tito, si llego a funcionar en el mundo del toro, te quito de la obra y te vienes conmigo de mozo de espadas». Esas palabras del diestro Antonio José Galán se hicieron realidad y su tío Antonio, por todos conocidos como ´Antoñete´, dejó el palustre para dedicar todo su tiempo a la que hasta entonces había sido su gran pasión: los toros.

Y es que Antonio Galán, que hoy recibe un cariñoso homenaje que le han preparado sus amigos de la Peña Taurina de Fuengirola, atesora en sus recuerdos toda una dinastía torera iniciada por ´El Loco Galán´ y proseguida por su también sobrino Alfonso y su sobriño-nieto David. Otro más de la saga, Antonio José Pavón Galán, también lucha ahora como novillero por hacerse un sitio en los carteles.

Pero por sí solo, la vida de Antoñete ya merece un homenaje, siempre entregado a la causa de Antonio José Galán. Sus orígenes, hace ya más de nueve décadas y con una Guerra Civil de por medio, están en la localidad cordobesa de Bujalance; desde donde llega como trabajador de la construcción a Fuengirola en la década de los sesenta. Como tantos otros, el boom urbanístico le atrajo para ganarse de un mejor modo la vida en el andamio; pero su destino no era ese. «Antonio ha sido como un hijo para mí, le he querido como a mis hijas, y con él he vivido los mejores años de mi vida», recordaba ayer en su domicilio, donde pasa actualmente las horas leyendo libros y revistas de tauromaquia en su extensa biblioteca.

Ahora es el momento de repasar todos esos años de profesión junto a una figura del toreo que era sangre de su sangre. Es cuando desde la melancolía se recuerdan tantos momentos «de preocupación y siempre con el miedo en el cuerpo». Fueron campañas intensas, desde sus tiempos de novillero a la alternativa en Málaga en 1971, y las triunfales temporadas que le siguieron. «Un año (1974) matamos en agosto 32 corridas, y eso que el mes sólo tiene 31 días, y no dormí ni una noche en una cama», señala orgulloso. «Y eso que los coches de entonces no eran como los de ahora». El doblete necesario para que salgan las cuentas se solventó tomando un avión tras torear en Madrid para llegar a tiempo de volver a hacer el paseíllo en El Puerto de Santa María. «Todo estaba bien programado gracias a la buena organización del apoderado, José María Recondo», recordaba.

Al lado de Antonio José Galán, ´Antoñete´ ha sido testigo de grandes tardes de toros. «Él era un torero de raza y garra, no puedo decir que fuera un estilista», confiesa el que fuera mozo de espadas, que recientemente ha recopilado el número de corridas del legendario hierro de Miura que estoqueó su sobrino a lo largo de su carrera: 63, ni más ni menos. Pero antes y después del festejo, su labor siempre fue muy intensa, y es que «un mozo de espadas siempre tiene que hacer».

Entre sus grandes tesoros se encuentran algunas fotografías en las que aparece ejerciendo su trabajo vistiendo a Antonio José, un torero que «no tenía manías especiales a la hora de vestirse». De hecho, en algunas ocasiones era él el encargado de elegir los colores de los trajes de luces. «El que siempre me ha gustado más es el corinto», reconoce.

Con la retirada del maestro en 1992 se acababa también el periplo profesional de ´Antoñete´, pero aún quedaba un servicio que prestar. Sería el 15 de agosto de 2005, cuatro años después del fallecimiento en accidente de tráfico de Antonio José. En esa fecha tomaba la alternativa en La Malagueta David Galán, y le pidió que le vistiera para la ocasión. «No quise estar luego en el callejón haciendo como si trabajara, porque ya estaba jubilado y no me parecía correcto», señala con modestia. «De mi Alfonso nunca he sido mozo de espadas», aunque también en alguna ocasión le ayudó a vestirse, sobre todo cuando coincidían en algún cartel.

Un siglo de tauromaquia

La perspectiva de los años de profesional y aficionados le permite hacer un balance de casi un siglo de tauromaquia. Desde Joselito y Belmonte al actual Manzanares, un torero por el que siente especial predilección y ante el que «hay que descubrirse». Entre todos los que ha visto, se queda sin dudarlo con uno. «Para mí, sin desmejorar a nadie, el mejor torero que he visto se llamaba Antonio Ordóñez Araujo».

También sigue el día a día de la Fiesta, aunque pone ciertos peros a su estado actual. «Es cierto que ahora se torea más perfecto que nunca, pero de lo que no estoy convencido es de cómo se dan los pases de pecho. Ahora se terminan las tandas con pases por alto, porque dar un pase de pecho es pasárselo por la barriga y eso hoy en día no lo hace nadie»

Por un día, Antoñete Galán va a dejar de ser hoy un discreto mozo de espadas para convertirse en protagonista absoluto del homenaje que con esmero le han preparado todos los taurinos fuengiroleños, que le consideran como su gran patriarca. En el acto se podrá reconocer a una figura en su oficio y ejemplar exponente del auténtico aficionado a los toros. Lo tiene muy claro: «Si volviese a nacer me encantaría que mi vida se repitiese. El toro me ha dado y me da la felicidad».