No se me pongan finos de la muerte como un joven marciano que dice que lo mejor de España, que no tienen otros, son las españolas, o que se baja del avión, se pinta, se viste, y pumba, ya está listo, no, no sea un pijo intelectual de Loewe, que todos tenemos una mamá mayor, una abuela a la que le resbala todo y se inventa el mundo, o una tía que oye sólo lo que le da la gana, es decir, que cuando la abuela de uno de los mozos de ¿Quién quiere casarse con mi hijo? dijo que una de las pretendientas no le gustaba para su nieto porque era gódica, todo el mundo sabía que quería decir gótica, y a la mujer, las góticas, no le gustan para su pequeño. Esto pasaba en Cuatro, que esta semana, con un castillo final previsible, ha cerrado el chiringuito de Luján Argüelles después de estirarlo en un capítulo más para hacerlo coincidir con el ogro. Mejor, El Ogro. El Ogro no es un programa concreto. Es Antena 3, enterita, que vemos cómo va tomando aire y se come lo que le pongan por delante. La única sorpresa de las mamás en busca de sus réplicas para sus nenes ha sido la efectista recuperación de Mohamed Chellaf como novio de Luis Ángel Ares.

En torno a esta traca final, sumada a la de Daniel del Río, el informático virgen, que entre todas las mujeres ha preferido a su mami, igual que José Luis de la Guardia, el pijo cuarentón, que prefirió volver a casa que encamarse con una pelandusca que no estaría a altura de Toya, madre racista, católica y votante del PP, se fue gestando el ataque de los gódicos.

Un espectáculo divino

Ha sido una guerra en toda regla. Telecinco y Cuatro, unidas para matar, tenían un reto, arrugar el estreno de El número 1, la bestia negra. Todos los programas de Telechichi se unieron para derribar el vuelo del enemigo. Hay que recordar que esta cadena, de retrete más que nunca, lleva tiempo en estado de inquietud compulsiva. Que Susana Griso y Espejo público hayan conseguido no sólo alcanzar sino superar en espectadores a la amojamada oferta de Ana Rosa Quintana, y sin echar mano de recurrentes secciones de corazón, es un agravio insostenible.

Contra ese atrevimiento, cañonazos de mierda. A discreción. A todas horas, desde todos los programas. Desde Sálvame intentaron meter en líos a David Bustamante, jurado en el programa de la competencia, que a su vez tuvo la osadía de rechazar la oferta de Mediaset para ejercer de lo mismo en La voz, que prepara Telechoni para el otoño. Y enviaron a una reportera para pinchar al cantante con preguntas que le hicieron estallar. «¿Cobro yo por eso, subnormal, cobro yo por eso?», dijo Bustamante entrando al trapo. Suficiente. Le montaron un numerito en plató para desprestigiarlo, es decir, para desprestigiar a Antena 3.

Que la cadena gódica está muy nerviosa es evidente. ¿Es casualidad que en El programa de Ana Rosa apareciera un cura que hace exorcismos? Se llama Salvador Hernández, y el tipo, con una vena teatral comparable a colegas de probada charlatanería como Anne Germaine, la que habla con los muertos en Más allá de la vida, sacó el agua bendita y fumigó con un espray, literal, cada rincón del estudio para matar a los ángeles caídos, a los diablillos, que son una maldición. Lléveselo, lléveselo, decía la gazmoña Quintana, mientras el cura, vestido con sus arreos, estola morada incluida resbalándole del pescuezo a las rodillas, espantaba al demonio -¿del bajón de audiencia, de la mala racha, de la suerte de Susana?-. Un espectáculo divino.

Cenutrios. Pero hay más. Este mismo lunes, día del estreno de El número 1, echaron mano de la gran bestia, de la mujer barraca, de la señora bomba, de la payasa deslenguada, de la bocazas sin dignidad, señoras, señores, con ustedes, la fiera cachonda, la lengua sucia, la mujer barbuda, Mercedes Milá en Sálvame. Esta noche, decía la mujer orquesta a gritos, gesticulando como Chiquita de la Calzada, es la guerra contra la cadena esa que dice que son familiares y blancos, que me descojona -palmas, risas en la grada, rugidos de apoyo-, que me pone enfermaarrrr, y mirando a cámara, desatada, patética, pregunta que a quién van dirigidos, a ver, a quién -de nuevo risas, aspavientos, palmas, cachondeo, delirio colectivo-. Yo quiero ser como tú, sella la intervención Jorge Javier Vázquez, que asegura que el pulso lo ganará Gran Hermano. No fue así. El número 1 se zampó con sopitas mojadas de gran espectáculo a la tropa de cenutrios encamados en lechos de orín, regüeldo, y pedos. Quizá, como decían en Intereconomía al día siguiente de las elecciones andaluzas y asturianas, el PP no sacó mayoría absoluta porque le faltó coraje, ahínco, agresividad en la campaña, o sea, que Arenas Bocanegra en vez de rechazar la invitación de Canal Sur a debatir con sus adversarios tenía que haber ido, digo yo, y en directo, como hombre espectáculo, bajarse el pantalón y enseñar su verdadero programa, que hasta el día de hoy nadie conoce. ¿No ganó Gran Marrano a El número 1 porque a la promoción de La Merche le faltó coraje, ardor, ahínco?

Si a la audiencia le das mierda, al día siguiente te pide más. Si una noche La Merche se alza el refajo, le pide a un pibe expulsado de la cuadra que le magree las tetas, y para que la valore más le enseña el mondongo como un orangután en celo, cuando te sacan de la jaula y te exhiben en otro corral se espera al menos que te superes, que además de gritos y sandeces te quites de un tirón la falda, le digas a uno del público que te baje las bragas, y compartas con la audiencia tu pubis canoso, dejando para otra ocasión el feroz retrato del chichi. Telecinco lleva años defecando una programación monolítica, la menos innovadora en las últimas temporadas, y aunque aún no hay desbandada general de sus fieles, sí que algunas luces rojas han empezado a parpadear. Y Paolo Vasile, el gódico mayor de ese reino tocado y turulato, lo sabe, y por eso organiza guerras contra Antena 3, que con el método error-acierto, está armando una programación «peligrosa».