Andaba estos días recuperándole el pulso a mis Vicios Caros después de varios meses enrolado en mil cosas que aún a día de hoy me ocupan. Pero la necesidad de crear no tiene horario ni mucho menos agenda que la doblegue.

Así que en una de esas benditas noches de insomnio le estuve dando vueltas a unos acordes y enseguida una melodía; una cosa llevó a la otra y el tintero puso su granito de arena con una letra. Aunque siempre que se hace una canción nueva parece siempre mejor que todas las anteriores, está vez sentí ese pellizco de tener entre mis manos una buena rola.

Miss Carnaval la bauticé despuntando el día. La historia de una joven camarera que prueba suerte en el mundo de la moda y el buen mal vivir que da la vida de altos vuelos; con unas amistades poco aconsejables y una incontinencia nasal adquirida por esas noches sin fin, acaba dando con sus huesos en un motel de carretera y más tarde rescatada es por su familia fuera del pitido vital que marca la ruta del suicida, en la López Ibor, donde finiquitaría cuentas con todos esos errores con pastillas de colores.

Ninguna reseña más tendría más sentido que disfrutar escuchándola y poco más, pero el destino que últimamente parece que está equilibrando el karma con el que suscribe me puso una de sus situaciones que quedan grabadas a fuego en la memoria. Una de las frases de esta canción dice así: «Puedo recordarte en tu pisito de Las Ventas, cuando decías que a los treinta nunca ibas a llegar, con gafas de sol y esas posturas de Pereza, bailando sobre la mesa o sudando en el sofá».

Una semana después de cerrar esta letra la pude interpretar cara a cara con el gran Rubén Pozo, de los mismísimos Pereza, sentado en una silla frente a mí en la prueba de sonido antes del concierto que yo abriría como antesala de su show más personal -en su gira de presentación de Lo que más, primer disco en solitario- sacándole la sonrisa por esa reseña a su pecado capital que tan bien conoce, felicitándome por el resultado y con alguna sorpresa que ya desvelaré próximamente. Un lujo el tocar con él, placer que pude vivir dos días seguidos y encima escudado por José y Fernan de los Fabrizzios y Adolfo Caimán (Motel Caimán), con una sala hasta los topes, la Toulouse; que a partir de ahora quiere continuar trayendo a grandes ilustres de nuestro panorama musical-. Alabada sea esa iniciativa y un placer poder formar parte de ella aunque el mayor placer fue comprobar la sencillez y el corazón que desprende Rubén, aparte del amor incondicional a lo que hace; todo un ejemplo a seguir.

Tan solo armado con una acústica Gibson de delicioso sonido y una Stratocaster pata negra, desgranó sus temas con una sensibilidad y gusto que nos puso los vellos de punta. Hubo confesiones impagables delante de unas cañas antes y después de cada concierto, se interesó por nuestro trabajo con toda la atención del mundo, y todo con un sentido del humor que hace que se te caiga el alma al suelo acostumbrado un servidor a torear a cada ganado musical que tira para atrás. Me vuelve a poner en la onda de que con humildad y trabajo se llega a todas partes y que, como bien me dijo, cree en ti mismo y no aceptes consejos de nadie. Otra muesca más para este estado de gracia que habrá que aprovechar al máximo, como dice el estribillo de Miss Carnaval: «Hoy quiero brindar por Miss Carnaval, la que juraba que no dormía, jamás, si tú, aquella era la más bonita entre las camareras, quién pudiera volver atrás». Así que salud para el corazón, que no sobre ningún beso y no falte una canción... ¡Chin, chin!