­Hay actores buenos, incluso excelentes y carismáticos, pero, luego, están los imponentes, los que dominan el escenario o la pantalla con una humanidad sabia y emocionante. A ese grupo de elegidos pertenece José Sacristán, uno de nuestros grandísimos, cuya vasta filmografía será revisada por el Festival de Málaga-Cine Español en su Retrospectiva de este año.

Cincuenta años de carrera contemplan a este hombre de la cultura, un intérprete que empezó desde la afición -comenzó en compañías de teatro amateur- y que ahora, en plena madurez, sigue recogiendo premios como una figura pujante -tendrá mucho que ver en ello el hecho de que sigue trabajando a las órdenes de directores con cosas que decir, como David Trueba o, más recientemente, Javier Rebollo, cuya El muerto y ser feliz le valió a Sacristán su ¡primer! Goya el año pasado-. Sacristán sigue siendo, para muchos, un referente artístico, casi humano por su inquebrantable militancia en una forma de vida, la cultura: «La batalla de la vida está perdida, porque te vas a morir. Pero, con la lucidez del perdedor, hay que dar la batalla cada día y defender la utopía», sentenció Sacristán en una reciente entrevista con la revista de AISGE.

Antes de los premios y de los reconocimientos, José Sacristán (Chinchón, 1937) era uno de los muchos secundarios que robaba planos en las películas del desarrollismo español de los 60. Estuvo incluido en el grupo de actores más taquilleros del cine español de los 70, junto a Alfredo Landa y José Luis López Vázquez, después de debutar en la gran pantalla con La familia y uno más, a la que seguirían las comedias atrevidas de la época. Pero Sacristán no era un actor de vodevil más; allí, en esa cara, en esos gestos, había algo más.

Pedro Olea, Mario Camus y Pilar Miró lo supieron ver, y le ofrecieron los primeros papeles dramáticos de su carrera en, respectivamente, Un hombre llamado Flor de Otoño, La colmena y El pájaro de la felicidad. Con más de un centenar de películas a sus espaldas, ha destacado además como director y también está estrechamente vinculado al teatro, con trabajos como los musicales El hombre de La Mancha y My Fair Lady, en los que compartió protagonismo con Paloma San Basilio. En pantalla o en escena, en comedia o en drama, José Sacristán siempre insufla a sus interpretaciones de un aire especial, el aroma del que disfruta con lo que hace: «Para mí este oficio es, por encima de todo, un juego. ¿Cultura? ¿Arte? Vaya usted a saber. Para mí es un juego», señaló una vez.