Cuando Rockberto murió, el 13 de junio de 2011, desapareció parte de eso que se podría llamar ser malagueño, un hipotético modus vivendi ideado y puesto en práctica en este rincón del mundo al sol; una forma de pasearse por la vida de lo más libérrima, con una actitud underground sin ínfulas, excéntrica pero simpática, despreocupada pero concienciada, jipilonga pero sin flores, que lo mismo escucha a Frank Zappa que a Emilio El Moro... Rockberto fue, sin quererlo, el profeta de un malagueñismo bizarro y abracadabrante que hoy empieza a sonar a libro de historia... O quizás no tanto: aparte de que los hermanos Ramírez siguen empeñados en perpetuar el legado tabletomero -ahora con Salva Marina como cantante-, las enseñanzas del gurú son llevadas a los escenarios y los estudios de grabación por gentes tan singulares como Jarrillo'Lata -ojo, oído, los más demandados por los malagueños en Spotify; ni Enrique Iglesias, ni Miley Cyrus... No, los autores de Mandril de culo pelado-. En bandas como ésa pervive ese DNI personal e intransferible que sólo se expide en La Anchoíta, la plaza del Teatro... Pero, un momento, en realidad pensar en qué ha quedado en Málaga de Roberto González Vázquez es lo menos rockbertiano del mundo. Recuerden las palabras del profeta: «En Tabletom hemos tenido momentos de ésos en los que hemos estado muy bien, todo ha sonado muy bien, la gente ha estado muy bien y se ha puesto muy bien. Por esos momentos digo que hemos conquistado el mundo... desde Málaga». Rockberto nos enseñó que no hace falta salir de Málaga para conquistar el mundo, porque conquistar el mundo es conquistar el ahora.