El día comenzaba con dos bolos por delante y otro de espectador. El primero en la terraza gourmet de El Corte Inglés; el otro, como público, para ver a los Ganglios en la Velvet y para rematar, a las tantas de la noche, en el aniversario de un pub local en Sierra de Yegüas, que prometía extenderse hasta altas horas de la madrugada. Ya de por sí llevaba encima otros cuatro bolos los días previos a este sábado killer así que el cuerpo no andaba muy cargado de energía, pero en peores me había visto y no tenía mucho problema en enfrentarme a otra muesca más para el rifle musical. Además, el buen hombre de Sierra Yegüas nos había buscado una casa para poder echar una cabezada y volver a Málaga más frescos que una rosa. Esto hubiera estado chupado si no llega a cruzarse en mi vida una carta certificada que parecía inofensiva pero que sería el pasaje más directo hacia el infierno: la Junta Electoral tenía el buen gusto de invitarme forzosamente a participar en la fiesta de la democracia y cumplir con mi obligación de segundo vocal suplente en el colegio de mi barrio. O sea, a las ocho de la mañana tenía que estar como un clavo para la configuración de la mesa, esperar un rato y salir huyendo para casa después de que se presentaran los vecinos que tenían que tomar sus puestos. Esto trastocaba cualquier plan de descanso después del concierto en el susodicho pueblo, así que iluso de mí, tras intentar explicar mi caso a la junta electoral y escuchar soltar una carcajada de órdago al bueno del funcionario, decidí afrontar el via crucis con el mejor de los talantes.

La primera meta volante en la terraza gourmet, donde la odisea para acceder a la cumbre del edificio cada vez se complica más: nos vimos obligados a pasar los bártulos por la zona comercial. En fin, con todo montado echamos a tocar. El público se portó muy bien y nos hicieron disfrutar mucho, igual que el personal de la terraza, magníficos. Con la sonrisa piantada me dispuse a salir pitando para la segunda meta volante -no sin antes bajar todos los trastos a los coches-, la Sala Velvet. Pero ni siquiera puede ver Los Ganglios porque había un telonero y empezaban más tarde. Así que el bueno del teclista me esperaba para recogerme en el centro y tirar para Sierra de Yegüas. Tras más de una hora de camino, una carpa inmensa con su chunda chunda y su gente bailando nos daba la bienvenida. Los otros dos compañeros se habían ido antes para montar y nos esperaban muy bien atendidos. Concierto de más de dos horas y media, con intermedio, y el reloj no perdonaba. Me quedaba hora y media para volver a Málaga y presentarme en el colegio electoral. Cabezada en el coche y como si de un viaje en el tiempo se tratara al despertarme ya estaba en Málaga hecho polvo. Ya en el colegio, la gente iba entrando y tres de las cuatro mesas se constituyeron en un instante€ Menos la mía. Faltaron el presidente, el suplente del presidente, los dos vocales, los suplentes de los vocales; sólo vinieron dos chicas que eran también suplentes y un servidor al que coronaron presidente de la mesa. El cerebro no me daba para accionar el mecanismo del llanto desconsolado, pero estoicamente y por inercia me senté en mi silla y como un autómata empecé a repetir apellidos y nombre de los carnets que me iban ofreciendo. Así durante doce horas, firmando papeles, rellenando casillas y aguantando a las interventoras del PP que me querían dar mantecados y a las que respondía un «no, que se me van a atragantar». Lo mejor de todo de este infierno personal de insomnio y desdicha vital fue el recuento del Senado. En vez de recontar por nombres se recontó por partidos y cuando terminamos, tuvimos que empezar de cero, pero no, eso no era lo peor. Yo era el encargado de ir al juzgado a llevar todo el material junto a los otros tres presidentes... Sí, el que no había dormido. Como comprenderán, al terminar ya pasada la medianoche salí huyendo sin esperar a nadie, pillé un taxi con los cuatro duros que me habían dado de dieta y dejé los papeles en el juzgado, junto a cinco años menos de vida y un estado psicótico agresivo contenido que me ha tenido dos días escondido bajo los edredones de mi santa cama. El mantecado del PP no he tenido más remedio que comérmelo... Yo y todos ustedes. ¡Felices fiestas!