Ronda, un año más, en la plaza de su Real Maestranza de Caballería, acogía este sábado una nueva edición de su tradicional Corrida Goyesca. Seis décadas se conmemoraban de este acontecimiento fundamental en el panorama taurino, y que un año más congregaba a aficionados procedentes de los lugares más diversos. No abundaban, sin embargo, rostros conocidos en unos tendidos que pese al lleno aparente no presentaban las apreturas de otros años.

Con todo, y a aún siendo preciso un análisis de los acontecimientos para mantener el ambiente de antaño, hay que entender que ser trata de un acontecimiento compartido por toda la ciudad serrana, que vitorea a los toreros antes de acceder y que los espera para acompañarlos en su salida triunfal. Ayer lo hicieron los tres toreros a pie: José María Manzanares, aunque quizás fuera el que taurinamente menos argumentos pudo aportar en el desarrollo del festejo, López Simón con un lote que en circunstancias normales no habría servido para nada, y Cayetano tras regalar un sobrero en una tarde llena de pundonor. Cada uno a su manera vivió la gloria de salir triunfador de una catedral del toreo.

Nuevamente entregado, Cayetano nos recordó a esa tarde de La Malagueta en el recibo al primero de su lote, al que saludó con un farol de pie tal cual lo hiciera entonces con un quite que impactó. Lástima que ese no tenía fuerza ninguna, pese a lo que el diestro apostó por exigirle desde el principio en una tanda en redondo de rodillas, corriendo el riesgo de que rodara por el albero, tal y como sucedió. De la raza pasó al temple al sacarlo a los medios y dejar detalles muy bellos como un cambio de manos con majestad. Le faltó material para completar la obra de arte que venía dispuesto a realizar, pese a lo que dejó momentos de enorme calidad, sobre todo toreando a pies juntos. Quiso asegurar el triunfo a la hora de matar y dejaba una estocada tendida que, aunque demoró la muerte del astado, finalmente le sirvió para pasear la primera oreja de la tarde.

Con la ilusión por todo lo alto, le quedaba un toro para cumplir su propósito de abrir esa puerta grande que tantas tardes han atravesado tantos miembros de su familia. Arrebatado, lanceó a la verónica y remató con una serpentina. Por ganas no iba a quedar, desde luego, pero existía la duda razonable de que hubiera toro a quien torear. También la afición deseaba el triunfo, con fandango incluido por parte de un espontáneo desde el tendido. Finalmente, se conjuraron los elementos para poder ofrecer una faena de entrega acompañada musicalmente a los compases del pasodoble ´Concha flamenca´. Dos pinchazos antes de una estocada impidieron la concesión de una nueva oreja, por lo que el triunfo parecía que debía aguardar a mejor ocasión.

No se resistió Cayetano, que solicitó in extremis el sobrero para intentar acompañar a sus compañeros. Tampoco se lo puso sencillo ese toro, también muy parado, pero que tenía la virtud de la nobleza.

Nuevamente se vivieron momentos elegantes, con empaque como en un cambio de manos que fue vivido con júbilo por los aficionados, que sorprendidos se encontraron con un regalo inesperado que fue recompensado tras una estocada de efecto fulminante con las dos orejas. Por fin, a la tercera, logró lo que tanto ansiaba.

La saga de los Manzanares

Otra saga torera se daba cita en Ronda. Para el mayor de los Manzanares, José María, no era una experiencia novedosa, sino que ya sabe de goyescas anteriores cómo sabe un triunfo en la Maestranza. Aligual que tantas veces lo hiciera su padre, el menor de la familia comparecía abriendo cartel. Sin embargo, a diferencia con los ´Josemaris´, Manuel lo hacía a caballo con la responsabilidad de abrir el cartel.

El rejoneador alicantino lidiaba de este modo en primer lugar un astado de la ganadería portuguesa de Passanha, a diferencia de sus compañeros en la lidia a pie que lo harían de Garcigrande. Afrontó este reto discretamente ante un toro que no se lo puso nada sencillo desde la salida, donde colocó un único rejón a un burel que desde ese mismo instante mostraría una falta de celo que sería una constante en el desarrollo de su lidia. No pudo lucir en banderillas, teniendo que llegarle mucho y ocasionando eso que los castigos en demasiadas ocasiones cayeran bajos y que le tocara las cabalgaduras más de lo debido. Más aún tuvo que exponer con las banderillas cortas, en una labor que no subió el nivel mostrado con anterioridad. Tras un pinchazo dejó medio rejón de muerte que cumplió su misión y recibió palmas en reconocimiento a su actuación.

De un triunfo rotundo el día anterior en Valladolid llegaba José María Manzanares, y se encontraba en primer lugar con un toro descastado al que lanceó a la verónica por los adentros, en contra de lo habitual, rematando con una revolera. Optó por no brindar la faena, y se lo llevó parsimonioso al tercio para aprovechar las embestidas de un animal que siempre amagó con rajarse. Lo llevó muy tapado por el pitón izquierda, y por allí surgieron tandas con más ligazón en las que aprovechó la virtud de la transmisión que tenía el animal. No obstante, fue una actuación a medio gas, sin terminar de pisar el acelerador tal y como el marco y las circunstancias habrían requerido.

El segundo de su lote fue protestado por su falta de fuerza, pero finalmente permaneció en el ruedo. Tras quedar inédito en los primeros tercios, el reto era que no se derrumbara de los cuartos traseros. Eso requería que la muleta fuera alta, y eso va en contra de la profundidad, que es lo que emociona. Le supo medir los tiempos, y eso le permitió ligar en redondo y exigirle un poco más por momentos. Llegaron efímeros pasajes de la elegancia que desde la cuna posee este matador en una labor larga e intermitente a un astado que no tenía mal fondo, pero que no podía con el rabo. Quiso dar un golpe de efecto matando al recibir, lo que terminó por determinar la concesión de dos trofeos tal y como de forma benevolente solicitó el público.

La revelación

Otra de las características de la Goyesca de Ronda es que supone un premio para el trabajo bien realizado. Siempre se ha tenido la sensibilidad de contar con toreros que han hecho los méritos suficientes para estar en uno de los carteles más especiales por el marco y por todo lo que rodea a esta corrida.

El estar anunciado venía a suponer para Alberto López Simón su aceptación como figura del toreo, tras dos temporadas en las que se ha reivindicado en los principales cosos de Europa y América con triunfos incontestables que, ahora, había que ratificar en esta cátedra del toreo.

El primero de su lote pronto dejó claro que no estaba dispuesto a ponerle las cosas sencillas. Muy suelto, echó la cara arriba a los subalternos, y pese a todo el diestro decidió que valía la pena realiza un esfuerzo. Se fue a los medios, brindó al respetable, y comenzó una faena en la que tuvo que pulsear mucho para ir sacándole, de uno en uno, los muletazos. Firme, sin dudar, fue arrancándole los pases a un toro muy deslucido en un conjunto meritorio basado en el toreo de cercanías, que fue premiado con una oreja tras una estocada algo contraria.

El que cerraba plaza, como toda la corrida de Garcigrande, acusó su falta de fuerza y sobre todo de casta. Se lo quiso brindar a los hermanos Rivera Ordóñez, y en su franela estaba la clave para lograr atravesar la monumental portada de la Maestranza rondeña. Tras unos primeros compases esperanzadores, el toro se terminó de apagar y se quedaba a media embestida. Se la jugó meritoriamente metido entre los pitones en un arrimón sincero que fue respondido por gritos de "torero, torero", los mismos que resonaron cuando cortaba otra oreja y, junto a Manzanares, salía esta noche a hombros del coso hacia una multitud que aguardaba a los triunfadores de la corrida más esperada de las Fiestas en honor a un pionero del toreo: el gran Pedro Romero.