A pesar del carácter festivo o incidental que inundó el Cervantes, el pasado miércoles, dos sumaron uno. Por primera vez, los dos grandes conjuntos sinfónicos de esta ciudad aunaban experiencia y hacer guiados por la batuta del maestro Salvador Vázquez. La cosa hubiera podido pecar, hasta decir basta, en el abismo del pastiche y sin embargo, Filarmónica y Sinfónica de Málaga transformarían el instante en hito, algo más que entretenido y con más fondo que el envoltorio.

Que un medio local celebre años es motivo suficiente para celebrar la pluralidad que ha de distinguir la sociedad que nos ha tocado vivir. Si a ello le sumamos la sensibilidad de la iniciativa no está de más felicitar por partida doble a los profesionales de COPE Málaga. De alguna forma el escenario del coliseo era más grande de lo habitual; en primer lugar, por la plantilla dispuesta para el concierto; y en segundo, la excelencia a la que hemos llegado. Trabajo serio, en ocasiones obviado y casi siempre anónimo.

A. Sestakova tuvo el honor de dirigir la afinación y ser la concertino de las dos orquestas para el programa elegido, de clara vocación española, más por la afinidad temperamental de Bizet y Ravel que la representación real de la escuela española de música en el catálogo de Manuel de Falla. Vázquez resolvería con oficio y complicidad de los conjuntos distintos arreglos de sintonías tan reconocibles por cualquier oyente fiel a la cadena. Si bien, la sustancia llegaría de la mano de las suites de concierto de Falla y Bizet.

Falla y su Sombrero de tres picos presumió de intención, el pulso férreo marcado Vázquez no impidió que el color inundara el teatro. El maestro malagueño acentuó los patrones rítmicos propios del primer Falla, de alguna manera sabía a nacional sin pasticherias, ni invenciones, prueba de ello la rotundidad de la Jota conclusiva de la página. El Intermezzo de Carmen marcó el punto de inflexión de todo el concierto. Sereno, contenido€

Cualquier calificativo valdría para la lectura realizada tanto por cuerdas como maderas.

Quedaba una última página: el Bolero de Ravel. Y es aquí, en este preciso punto, donde batuta y atriles justificaron ser uno, desde la percusión de Javier Navas a las distintas intervenciones solistas comenzando en las maderas para seguir con los metales y de estos a unas cuerdas profundas hasta llegar a una sección conclusiva rotunda.

Más allá de la amabilidad del encuentro estaba la música algo que no siempre apetece tan redondo y oportuno.