A Pepe Guerrero le bastaba con que un cliente desconocido le nombrara cuatro o cinco libros que le hubieran gustado para conocer sus gustos literarios y dar en el clavo al recomendarle un libro. ¿El secreto?: «No existe ningún colegio de diplomado de libreros ni un ciclo formativo, ser librero es leer mucho y si lees con placer, con gusto, más retendrás», destaca.

Y como siempre ha sido un gran lector y pese a que se prejubiló hace un par de años, en su librería Proteo todavía existe un rincón, nada más entrar, «en la primera estantería, enfrente de la caja», con las obras que sigue recomendando. «Como tengo más tiempo y puedo dedicarme más a la lectura, continúo recomendando libros», explica.

Nacido en 1954 -el año en que Hemingway obtuvo el Nobel- este extrovertido malagueño volvió ayer lunes a Proteo para hablar de una de las novedades más llamativas de julio: el libro de memorias El aprendiz de librero, sus recuerdos ligados al mundo del libro desde los 14 años, cuando entró a trabajar en la librería Ágora de la calle Trinidad Grund. «Y al año, cuando cerró, pasé a Proteo, donde he estado 45 años», resume.

Editado, como no podía ser menos, por Ediciones del Genal, la editorial de la veterana librería de la Puerta de Buenventura, el autor cuenta de su obra que «tiene memoria, reflexiones... al final no se puede decir ni que sea diario ni memoria solamente, es una amalgama muy personal».

Recuerdos que, subraya, los ha trasladado al papel por la insistencia de amigos como José Diego Farré, Monserrat Claros, Paco Puche o Reme Cabezas. «Yo no lo veía, necesitaron meses para convencerme, pero al final me ha gustado. El sacar provecho a la memoria me ha servido como terapia, inclusive porque al quedarme sin trabajo, después de estar la máquina abierta 45 años, la cabeza me decía: Qué haces, a dónde vas, quién eres... Era un problema y se vio muy amortiguado con la terapia de la escritura», confiesa.

De sus primeros tiempos recuerda, por ejemplo, el recoger a pie los paquetes de libros en Correos y al año siguiente, con la bici de segunda mano conseguida por Paco Puche, repartir los libros cargado hasta los topes por la calle Mármoles. Con el tiempo, el niño de los recados se fue transformando en un librero que nada tiene que ver con el mero despachador de libros. Como destaca, «los best-sellers se venden per se, pero la preciosa labor de un librero es preguntarle a un lector si ha leído Servidumbre humana de Somerset Maugham o Oblómov, de Goncharov, y que vuelva encantado tras la recomendación».

Por detalles como este, Pepe Guerrero sigue defendiendo al librero tradicional. Y como disfruta en su casa de un biblioteca con más de 8.000 volúmenes y atesora más de 200 exlibris, muchos de ellos centroeuropeos y de comienzos del siglo XX, tiene en mente preparar un nuevo libro sobre los exlibris, el sello artístico que algunos lectores empedernidos siguen poniendo en sus libros.

El sello de Pepe, el de Proteo, como le conocen en Málaga, es su calidad humana y el amor por los buenos libros. Y de papel, si es posible.