'Familias mínimas (rojo, amarillo y azul)'. Rubén Guerrero

Comisariado por Fernando Francés, en el CAC Málaga

Las vueltas de la pintura: a un lenguaje que parece querer obviarse o negarse, dotándolo aparentemente de una imposibilidad de signo en la contemporaneidad, se contrapone una fuerza oculta que dota a sus practicantes y seguidores de una necesidad de reivindicación y autonomía que genera una tensión de validez en su marco entre quienes apuestan por ella y aquellos que no lo hacen. Mucho se ha hablado ya de los eternos retornos de la pintura y sus respectivas puestas en crisis a lo largo del siglo XX, un debate que se hunde y adentra, no obstante, en la mayoría de procesos relacionados con el medio en la actualidad y que ha sido abordado desde posiciones tradicionalistas y radicales. Se tiende a considerar una posición radical a aquella que desde finales de los 60 tendió a exceder el propio marco constitutivo de lo pictórico, poniendo en crisis el soporte, es decir el lienzo. La pintura en el campo expandido pareció, por un lado, una manera de ampliar las fronteras de lo pictórico en una época de dominio de corrientes pop y conceptuales que cuestionaban aquellos lenguajes paradigmáticos de la academia como la escultura y la propia pintura. Por ejemplo, los planteamientos escultóricos de la época, recogidos por la crítica Rosalind Krauss en su artículo La escultura en el campo expandido, se ampliaron, eliminando la concepción que entendía la escultura como un objeto de bulto redondo colocado sobre un pedestal, para introducir nociones instalativas en su lugar que redefinían la disciplina; en ocasiones no se sabía donde comenzaba y terminaba una escultura, lo que conllevó una nueva manera de relacionarse con ella.

Exceder el lienzo era una manera de plantear unas nuevas reglas de juego dentro de la disciplina -quizás una manera de romper con el pasado impuesto por la tradición- que la enrarecían, situándola en ocasiones en un terreno liminar que la relacionaba a otros lenguajes y enfatizaba así un carácter un tanto impuro, de remezcla, síntoma de la nueva posmodernidad emergente. Autores como Josef Albers, Ad Reinhardt, Lucio Fontana o Daniel Buren estarían en la órbita de esta pintura en el campo expandido, que podría caracterizarse por la reivindicación de lo abstracto-concreto, una negación de la narratividad y un intento de exploración del espacio físico como nuevo lienzo al tiempo que se agredía el formato decimonónico. Sin embargo, esta noción fue diluyéndose con el tiempo en un mar de tendencias y es entendida hoy como una más dentro de las múltiples maneras de abordar el proyecto pictórico, dentro de los cánones del arte contemporáneo.

Esto nos llevaría a la paradoja de Rubén Guerrero (Sevilla, 1976) y su manera de entender el proceso pictórico a medio camino entre la tradición y la radicalidad que su lenguaje y actitud profesan. La exposición consta de diez pinturas de gran formato (once si se cuenta la que forma parte de la colección Neighbours) dispuestas a lo largo de la última sala del CAC Málaga que se relacionan entre sí proponiendo un proyecto en sí mismo para el espacio. No se trata en este sentido de una exposición retrospectiva, que pudiera ser, debido a que nos encontramos con la obra de uno de los pintores, podría decirse de media carrera, más interesantes del panorama nacional.

Ambiguo

Familias mínimas (rojo, amarillo y azul) plantea ese carácter ambiguo en el que la pintura parece afirmarse y negarse al mismo tiempo, como si el sentido que pretende expresar fuera tan nítido que no lo vislumbrásemos a causa del escepticismo y complejidad que intuimos en el arte contemporáneo. La frontalidad y el carácter antinarrativo que parece haber en las pinturas chocan con el tratamiento realista y el respeto al formato tradicional de la pintura; como si Guerrero pretendiera continuar tanto la tradición más academicista que opta por el lienzo como soporte, al tiempo que introduce unas claves procesuales -que son las que el propio pintor sigue en su estudio- que enlazan con características espaciales y temporales casi más cercanas a la corriente de la pintura expandida. Del mismo modo, la frontalidad de los puntos de vista de su serie, que niegan la profundidad y la perspectiva, se sitúa en un terreno difuso entre figuración y abstracción, ya que esta frontalidad no está exenta de un carácter realista cercano al trampantojo; un engaño a la vista que, en primera instancia, también puede parecer una invitación al proceso encerrado en todos esos elementos que Guerrero reproduce y que nos recuerdan a las puertas que al entrar pueden vincularse al espacio privado de su estudio, lugar donde se desarrolla la acción.

Por último, la sensación a primera vista antinarrativa de sus pinturas, puede traducirse como un intento de desarrollar un relato metapictórico al intuirse alguna referencia a procesos cercanos a los de otros autores como Guillermo Mora o Ángela de la Cruz enfatizando el carácter constructivo y, en su propio caso, el propio oficio detrás de los resultados finales. Una tensión entre tradición y contemporaneidad, narración y antinarratividad o figuración/abstracción la que puede rastrearse a través de todo el conjunto de obras que sitúan su trabajo en un lugar predominante dentro de la pintura contemporánea, al menos a nivel nacional.