Utopía moderna. Ése es el título que recibe la última colección que se puede visitar ahora mismo en el Pompidou de Málaga. No hay que irse tan lejos en el tiempo. Basta con diez años. Menos, incluso. La ciudad era el patito feo y los inviernos languidecían como un eterno mes de octubre. «Este nuevo recorrido semipermanente, presentado hasta 2020, relata la historia de las grandes utopías de los siglos XX y XXI a través de grandes obras provenientes del Centre Pompidou». Así reza la descripción algo aséptica que se encuentran los interesados en visitar esta colección en la página web del propio museo. Quizá sea el momento de abrir la tapa de los imposibles para introducir a Málaga con todas las de la ley.

Quién mejor que Felipe VI para resaltar la evolución de una ciudad que ha aprendido a quererse a sí misma. Lo que vino a decir el monarca sobre Málaga fue algo así como lo siguiente: después de ser una mancha gris ahora está en la vanguardia.

Francisco de la Torre quiso que a Málaga se le mirase como la ciudad de los museos y poco a poco ha conseguido el milagro. Porque hay actos que consagran una aspiración y el de este martes fue una de estas celebraciones que llegan a la ciudad como premio a una trayectoria. La entrega de las Medallas de Oro al mérito en las Bellas Artes, además de la tercera visita de los Reyes a Málaga en pareja, supuso un reconocimiento a las personas cultas y civilizadas. Valores seguros. Actores como Jose Coronado, que nunca falla con sus estilizadas interpretaciones. Lorenzo Caprile Trucchi, formando con su moda un club en el que sus miembros se reconocen por las vestimentas. O Rosa Calvo-Manzano, quien convierte el arpa en un símbolo divino. En un mundo que se mueve cada vez más al son de una dictadura de lo digital, y que no suele distinguir entre el bien y el mal, lo de ayer también fue un grito de resistencia. Una señal de esperanza para una sociedad que parece deshilacharse a pasos agigantados.

Uno, por trabajo, ha asistido ya a unas cuantas visitas monárquicas. Hay escenas que se repiten como una calcomanía y luego se guardan en el corazón como un amor pasajero: el vibrante desfile de políticos y cargos de segunda con ganas de arrimarse al poder. La perdurabilidad y la insistencia de algunos ciudadanos para aguantar varias horas hacinados detrás de una valla helada. La bandera de España al aire como único pasaporte hacia el futuro. El homenaje a Kevin Costner que ofrecen los hombres de negro cuando tratan a los periodistas y cámaras como ganado. Esas odas a las formas bruscas que hacen que todo sea un poco menos amable.

La puntualidad hay que reclamarla, aunque sólo sea para llegar el primero y no saber muy bien dónde colocarte. Miras para tu izquierda. Miras para tu derecha. No hay nadie importante y la inestabilidad se apodera de tus asesores. El primero en desfilar de los cargos políticos fue ayer Juanma Moreno. Peacot Trench para la ocasión y bufanda clásica. La vida siempre confiere a los afortunados una musa. La de Jorge González, director del Málaga Palacio, se llama Nuria Fergó. Que lo que venga de las nuevas generaciones de OT se parezca en algo a esta malagueña. Demostraron ambos su habilidad para quedar bien en las fotos y de paso arrastraron al presidente del PP-A, que, de repente, se vio en buena compañía. Su rutina también se cose a base de posar y se notó cuando se guardó la bufanda con un golpe de muñeca experimentado. A la espera del Rey, el pueblo de a pie se calentaba mientras tanto las cuerdas vocales. No es que hubiera un riesgo de congelación, pero el mercurio no invitaba a una estancia seductora. Empieza a sonar la clásica tonadilla, redoble incluido: «Viva el Rey». Acto seguido, el segundo cántico más popular: «Yo soy español, español, español». Hubo algo de abulia en el cante, lo que no impidió dejar claro que para muchos la monarquía sigue teniendo mucho sentido.

Desfile de políticos

El verdadero anfitrión ayer fue en realidad el ministro de Cultura. Íñigo Méndez de Vigo arribó en un Citroën con las lunas tintadas y se bajó con esa ternura que le confieren sus rasgos faciales. «Este hombre siempre está sonriendo», apuntillaba una señora. Tiene usted razón, pero estaría bien que de vez en cuando diera una noticia. Basta, que tampoco era cuestión ayer de rascar demasiado o poner en duda la sustancia. Sobre su discurso, sin embargo, cabe apuntar que Méndez de Vigo quizá se pasara un poco del punto de cocción. O, dicho de otra manera, sobrepasó el umbral que da lugar al aburrimiento.

Más de treinta minutos, con sus consecuentes giros secundarios, y algún que otro dardo hacia las alcantarillas de Bruselas, o sea a Carles Puigdemont: «En un tiempo en el que algunos parecen empecinados en sembrar la división, la cultura emerge para aglutinarnos». Quien emergió, acto seguido, fue Susana Díaz. Llegó a pie junto Miguel Ángel Vázquez. Por detrás, José Luis Ruiz Espejo y Daniel Pérez. Es de sobra conocida la afición de este último de pegarse a la presidenta siempre que puede. En su aspiración de ser alcalde, al lado de Díaz, hay que tener cuidado con estas cosas, empequeñece su figura y estatura orgánica. Ciudadanos, formación de moda, estuvo representada por Juan Marín, Guillermo Díaz y Juan Cassá. Un homenaje al progreso por parte del último fue presentarse ahí con semejante coleta. Bueno, progreso o simplemente problemas mal solventados con el peluquero. Málaga Ahora e IU, sintiéndose muy republicanos, se ausentaron.

En representación de Unicaja Banco acudieron Manuel Azuaga y Sergio Corral. María del Monte grabó todo el discurso de Felipe VI y Federico Beltrán no paró hasta conseguir un selfie con el monarca. El piscolabis (El Pimpi), previo desalojo de los plumillas, aseguran, fue ameno. Doña Letizia partió primero. El Rey apuró hasta sobrepasar la hora estimada. «Amaia, reina de España», titulaban mientras algunos periódicos. En medio, Málaga como una utopía moderna.