Los habitantes de Estocolmo aseguran que la primera nevada del año es siempre la más espectacular. En Málaga los recuerdos ligados a este fenómeno se limitan a la leve nevada de 1954. En el «patrimonio sentimental» de los malagueños abundan más los domingos «domingueros», los cañizos de los chiringuitos, las barcas en la arena y esas playas naturales en las que la higiene no siempre estaba muy presente. De esa época proviene un chiste tan abrupto como hiperrealista, que define a la perfección las playas de entonces: el hijo metido en el agua le pregunta al padre, «¿Papá hoy sopla Levante o Poniente?» y el padre responde, «no sé hijo, pero el mojón va pa´ti».

El territorio playero ligado a la infancia, la adolescencia o la juventud es, salvando el chiste, bastante épico, por eso Rafael recuerda de sus veranos en la playa de las Acacias cómo ayudaba a los marengos a tirar del copo y a cambio recibía pulpos y caballas, dos pescados que entonces no tenían la importancia económica de hoy.

El tren a Vélez bordeaba las playas del Este de Málaga, haciendo juego, algo más tierra adentro, con el tranvía. Luego la vía se convirtió en la «carreterrilla de la playa», con esos coches pasando por los túneles del ferrocarril.

Salvador García Aranda, presidente de Málaga Monumental, recuerda la tranquilidad de la playa de la Porla, junto a la Araña, llamada así en homenaje a la fábrica de cemento Portland, que todavía humea este enclave tranquilo.

«También recuerdo unos atascos espantosos en la antigua Carretera de Cádiz para llegar a las torres de Playamar, con su bufé, las piscinas y la primera montaña acuática que pusieron».

Salvador probó las «aguas calientes» de la Térmica, de las que hablamos en la siguiente página y también frecuentó la lejanísima playa de Sacaba Beach, aprovechando que su padre tenía tiendas por la Costa. «Estaba lleno de carrilitos y era el fin del mundo», bromea, pero exagera poco.

Como curiosidad, la primera foto de Salvador se la hicieron en un chiringuito de la Araña.

Los chiringuitos, por cierto, eran en su mayoría la definición exacta del diminutivo de «chiringo», un americanismo que hace referencia a algo pequeño, pero también a un andrajo. Telas, pero sobre todo cañas y alguna madera formaban las renqueantes estructuras de los chiringuitos, alineados con profusión de una a otra punta de Málaga.

La excepción más sonada era el Balneario del Carmen, territorio privado con pista de tenis, restaurantes y una estricta separación por sexos, sin duda el mejor equipamiento del litoral de la capital.

Más allá se extendía la Caleta, con un rincón con mucha rocalla conocido como La pequeña Biarritz (allá por los años 20) porque allí se reunían los bañistas más glamurosos, que parecían salidos de la piscina de El Gran Gatsby. Pero en las playas siguientes, las de la Malagueta, el ambiente castizo y destartalado de sus casas para pescadores fue disminuyendo al mismo ritmo que la arena de la playa, de ahí que cuando se levantó el enjambre de bloques de la Malagueta, la playa estaba alcanzando sus mínimos, y los malagueños tenían que arremolinarse en espacios ridículos, más propios de las piscinas públicas de Japón. El resto, desde la Farola a los Baños del Carmen, era un rompeolas escoltado por la vía del tren.

De la playa de Huelin tiene muchos recuerdos el presidente de la asociación de vecinos, Francisco Moya: «Las playas no eran como las de ahora, había más libertad y no había tanta aglomeración de gente, nos encontrábamos pegotes de alquitrán y al volver a casa nos enjuagábamos en fuentecillas para que no detectaran el salitre ni los pies llenos de alquitrán».

También estaban, recuerda, los aliviaderos, desagües de productos poco recomendables para el baño y que sin embargo, estaban integrados en el rito diario y dominguero de los bañistas.

Por último, la magia de las playas de El Palo y Pedregalejo las ha rescatado en un precioso libro de fotografías, Huellas malagueñas publicado el año pasado por Michel Rennes, con la colaboración de la Universidad. Se trata de fotos realizadas por él, su padre y una amiga, desde los años 50 a los 70. Un precioso homenaje a las playas de ayer.