La historia que ahora comienza es la de unos malagueños anónimos. El relato del esfuerzo, la lucha, la pasión, la ilusión y el cambio. Estos maestros han vivido, experimentado y propiciado la evolución y la transformación de la educación desde antes de la transición a la actualidad.

El próximo 23 de octubre esas aulas volverán a cobrar vida y sus protagonistas recordarán las anécdotas de cuando apenas existía material, ni centros, de cuando todos los alumnos independientemente de la edad se concentraban en una misma clase, como los chiquillos eran llamados al deber de aprender con una campana y la tasa de abandono escolar era altísima. Una época en la que imperaban la ilusión y el cambio como bandera.

Ese día, el 23 de octubre, hay una gran cita. Se cumple el 25 aniversario de la segunda promoción de licenciados en Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga y los organizadores pretenden reunir a esas cerca de 90 personas de la promoción del 79-84. Se da la circunstancia de que un alto porcentaje de esos licenciados comenzaron su trayectoria profesional como maestros. Su inquietud por mejorar y seguir formándose les llevó a la facultad ya a muchos incluso con hijos. «La carrera era una sección dentro de Filosofía y Letras y estuvimos primero en San Agustín, después en el Archivo Municipal hasta pasar finalmente a Teatinos ya como facultad. Así empezamos, en unas condiciones malas. Éramos un alto porcentaje de maestros en activo, de forma que, aunque la carrera eran cinco años, como ya teníamos la titulación de maestro se convalidó y realizamos tres», explica Javier Madrid, actualmente inspector de la Delegación de Educación de la Junta y uno de los impulsores del encuentro del día 23.

Precisamente, dentro de estos actos se realizará un especial homenaje a las escuelas rurales. Javier Madrid junto con Fernando Escobar, Pablo Pérez y Paco Méndez, relata su historia profesional a este periódico, que es la de la trayectoria de la Educación en España, desde esos difíciles años de la transición hasta la actualidad. Una narración que completa Ana Cobos, que ha realizado su tesis sobre el trabajo de los orientadores y su importante labor en el avance de la educación.

La historia

Hace ya más de cien años que existen las escuelas graduadas, es decir, aquellas en las que los alumnos se distribuyen por edades para facilitar el aprendizaje, pero aún así esta generación ha visto aún como se seguían concentrando en el mismo aula todos los niños de un territorio, independientemente de su edad. Pero estas condiciones de trabajo han sido a su vez cuna de profesionales que han roto con las técnicas de antaño y que, ante las circunstancias, empleaban métodos progresistas, rememoran.

Trabajaban en sus clases y, además, acudían a la facultad. Recuerdan como en sus estudios como maestros recibían una formación específica para fomentar el régimen, algo que ocurrió hasta los 70. Los años de facultad fueron diferentes. «Montábamos auténticos debates que terminaban en la Casa de Guardia bebiendo vino o tomando un café. Había unas ganas de mejorar enormes y esta conmemoración pretende ser un homenaje a toda esa generación y, especialmente, a las personas que trabajaban en las escuelas rurales», dice Madrid.

Fernando Escobar tiene 65 años y ya está jubilado. «Todo ha cambiado muchísimo. La primera vez que yo estudié oficialmente fue en la facultad, ya que todo lo anterior, tanto el bachillerato como magisterio, lo hice por libre e iba a Ronda a examinarme». La historia de Fernando es la de la superación y el esfuerzo, ya que con 34 años y tres hijos comenzó a estudiar en Ciencias de la Educación. «La enseñanza obligatoria hasta los 14 años con la Ley del 70 supuso un paso muy importante. Se estructuran las materias de conocimiento en la Ley del 70 y se crean los maestros especialistas por primera vez. Luego la LOGSE corregiría determinados aspectos», indica.

La situación social de los alumnos también era muy distinta, comenta. «Muchos abandonaban y no existía ese acceso generalizado a herramientas tan potentes como internet, eran niños más acomodaticios y más buenos en conducta, pero estaban muy condicionados por el seno familiar, si pertenecían a una familia de clase baja era difícil que salieran de ahí», relata. «Faltar a clase en esta época y no terminar los estudios era algo impune y, ahora, este valor ha cambiado de forma importante socialmente. Ese fracaso escolar no se contabilizaba y no se atribuía al sistema. Lo habitual era que abandonaran a los diez años. No fue hasta el año 85 cuando se implantó la escolarización al cien por cien», comenta.

La vida de Pablo Pérez, de 62 años, ha discurrido de forma paralela a la de su colega Fernando. Los dos ejercieron como maestros, posteriormente estudiaron Ciencias de la Educación y finalizaron su etapa laboral como orientadores. «Los años de facultad fueron muy bonitos. Éramos jóvenes y teníamos una situación sociopolítica de cambio. Teníamos unas ganas tremendas de cambio y de renovación. Nuestra primera experiencia, ya como licenciados, fue trabajar en la reforma educativa previa para el cambio de la Ley de Educación para la ley del 90, la LOGSE. Vivimos esos años previos a la LOGSE, los famosos años de la reforma. Se consigue la escolarización total en España, pasamos de tener 50 alumnos a 25 y, a partir del 85 se alcanza uno de los mayores logros que se atribuye esta generación, la integración de la educación especial, es decir, la de las personas con algún déficit psíquico o motor. Se consigue que se integren en las aulas normalizadas. Hemos sido los grandes impulsores de la reforma educativa y de la integración educativa», rememora. «Todo el profesorado estaba además ansioso por salir de la situación de dictadura, estábamos en esa línea de la transición e íbamos hacia un cambio. Quizás de hecho, nos hayamos sentido un poco frustrados por tantas ansias de cambio», declara a este periódico.

Centros de recursos

Paco Méndez, de 52 años, está en activo y trabaja en la Delegación de Educación. Recuerda que en el año 85 se crearon los denominados centros de recursos donde había material tecnológico y donde los colegios de la comarca en cuestión iban a coger ese material prestado.

Esta generación ha vivido además un tiempo en el que el maestro tenía derecho a tener una casa y, si no, les pagaban el denominado complemento casa-habitación. También han conocido las escuelas unitarias rurales del Obispado en las que la iglesia del pueblo aglutinaba además la escuela y la casa del maestro. Fue el obispo Herrera Oria el que apoyó y promulgó esta fórmula. Una época en la que los niños eran llamados a clase con campana. «A veces simplemente había un biombo entre la escuela y el altar», dice uno. «Sí, sí, además para ejercer necesitábamos entonces un certificado del cura y otro certificado del alcalde del pueblo de buena conducta, además de un certificado sanitario que garantizase que no tenías tuberculosis», comenta otro.

«Hemos vivido una época en la que utilizar el castigo físico era normal, incluso estaba dentro de la pedagogía. El padre te decía, usted le pega a mi hijo si es necesario», recuerdan.

Han sido muchas las conquistas y los cambios logrados por esta generación que volverá a encontrarse el próximo día 23 para recordar esa lucha, esas reformas y ese olor a tiza, pizarra, lápices y cuadernos.