La imagen es apocalíptica. Las vistas ofrecen una panorámica del Valle de Guadalhorce repleto de nubarrones que ceden el protagonismo al astro rey. Esta es la fotografía que se disfruta desde las terrazas y los jardines de una promoción de viviendas localizadas en la calle Turquía, muy cerca de la carretera Azucarera-Intelhorce. Sin embargo, la estampa se vuelve desoladora al girar la cabeza y contemplar el estado de unos inmuebles que no tendrán más de dos años y que fueron embargados sin estrenar a la promotora.

Un vistazo inicial a las fachadas del complejo de seis viviendas deja poco margen a la imaginación. Lo que en su día fue una promoción a punto de entregar, ahora ofrece una de las caras menos conocidas de lo que provocó el estallido de la burbuja inmobiliaria. A pesar de la destructora labor de la mano del hombre, las casas aún conservan cierto aire de lo que fueron. Y a pesar de que les faltan las cancelas, las puertas exteriores e interiores, las ventanas y las barandillas, todavía huele a nuevo.

Antonio, un vecino de la zona, matiza con ironía que todos esos elementos de las casas «no se fueron corriendo solos». «Esto está abandonado de la mano de Dios desde hace mucho tiempo. Ahí tienes el ejemplo», señala. Antes de seguir su camino, Antonio invita a hacer un recorrido por las casas y comprobar que lo que se aprecia desde fuera es una minucia. Así es. La entrada a los dúplex, sin estrenar, resulta difícil por los escombros resultantes del saqueo. Apenas quedan restos de la carpintería, arrancada de cuajo de puertas y ventanas.

Las estancias presentan mejor o peor cara en función de los materiales. En las cocinas apenas quedan azulejos y losas. Los cacos arramblaron con la cerámica en su búsqueda de tuberías de cobre. La escena es similar en los cuartos de baño, donde los alicatados dibujan el antiguo paso de tomas de agua y desagües. No hay rastro de bidés ni griferías.

Saqueo

Los restos de los dobles techos están en el suelo, fundamentalmente en los pasillos. Las piezas de yeso ya no cubren los cables que debían dar luz a la casa ni las preinstalaciones de aluminio del aire acondicionado. Ni las rejillas dejaron. En las zonas exteriores, no queda rastro de barandillas. Salvo en los balcones, donde cuatro puntos punzantes de hierro señalan que fueron cortadas «con una radial» para ser vendidas al peso. Así lo confirma Ana María, una vecina que vive desde hace más de 40 años junto a la promoción en una de las casas de la antigua Intelhorce. «Estas casas comenzaron a construirse en 2003 junto a buena parte de lo que nos rodea y fueron terminadas hace algo más de dos años», indica.

Según esta mujer, las demoras se extendieron tanto que los pocos interesados en comprarlas se buscaron otras opciones. Pasó el tiempo. Llegó la crisis y un abandono que, según Ana María, se acentuó tras el embargo de las viviendas a la promotora y de la que sólo parecen haber sacado tajada los cacos y algunos grafiteros.